Por: Alejandro Batista Martínez

FUENTE: Fichas en poder del autor. Angerona, de Juan Carlos Reyes Díaz.

Si imaginamos un mapa de la región habanera a inicios del siglo XIX veríamos nítidamente tres secciones.

La primera al Oeste del antiguo camino a Batabanó: la zona de San Antonio, Alquízar y Güira de Melena. La segunda al Este del Mayabeque, en dirección de San Nicolás y Nueva Paz.

La tercera, entre ambas, abarcando San Antonio de las Vegas, Guara, Melena y Güines. Es esa la gran zona agrícola y comercial, que venía formándose desde el siglo XVI.

Por esta dirección se fomentó un nuevo elemento agrícola: el cafeto. Sobre este cultivo y sus orígenes le acercaremos en este encuentro con nuestras raíces.

El primer impulso cafetalero en la región Occidental de Cuba se orientó al Oeste, por las tierras de San Antonio de los Baños y San Marcos, de Artemisa.

Más tarde, por la zona de Alquízar, se formó el primer emporio cafetalero de inicios del siglo XIX.

Al reanudarse la expansión comercial después de las guerras napoleónicas de 1815, los cafetales se extienden por toda la región habanera.

Ocuparon tierras inadecuadas para ello y se disputaron los espacios cultivables a la agricultura cañera.

Todas las zonas altas, las más apropiadas, desde Bejucal hasta Jaruco y Canasí, estuvieron pobladas de cafetales antes de 1820.

La siembra del aromático grano progresó por la creciente exportación y la accesibilidad para colonos de poco capital.

No obstante, en la región el negocio interesó a poderosos comerciantes y terratenientes.

Esa característica favoreció el fomento de pequeñas y medianas fincas y provocó el asentamiento de los propietarios en sus predios.

Todo el suroeste y sur de La Habana se incorporó a la economía colonial por obra del cultivo del café.

Desgraciadamente, hacia la década de 1830, la crisis originó nuevas y casi definitivas perturbaciones al comercio del grano. Las plantaciones de los negociantes más vulnerables, sucumbieron.

Aparecieron numerosos sitios de labor que crecieron a la par de las necesidades de abastecimiento de una población en ascenso.

Angerona fue sin dudas, uno de los cafetales más bellos que existieron en la Isla.

Su dueño el alemán Cornelio Sauchay logró que su propiedad se transformara en un verdadero paraíso. Pero para ello Saushay constó con la ayuda de Úrsula Lambert, una morena haitiana nacida libre, que se entregó en cuerpo y alma junto a la administración del bello cafetal, ubicado en Artemisa.

Se cuenta que el trato a los esclavos era diferente en el cafetal, donde Úrsula se encargaba de las necesidades sobre todo de las esclavas, a quienes enseñaba a coser y a las labores domésticas de la propiedad.

Bajo la batuta de esta singular dupla el cafetal se convirtió en uno de los más productivos de su época.

El trato a los esclavos era mucho más humano e incluía una cantidad mayor de horas de descanso, así como una alimentación aceptable.

Sauchay no permitía tampoco que sus esclavos trabajaran de noche.

Cornelio Sauchay había construido chozas, donde vivían los esclavos, en sustitución de los tradicionales barracones, muy comunes en la Isla por entonces.

Encabezaba el cafetal una bella escultura de la diosa romana Angerona, esculpida en mármol de Carrara, símbolo de la edificación de estilo neoclásico.

La escultura de la diosa romana del silencio se encuentra en la actualidad en el museo de Artemisa.

En 1837 murió Cornelio y 9 años después Úrsula Lambert abandonó el cafetal para establecerse en La Habana.

Un sobrino del alemán, Andrés Sauchay se hizo cargo de la administración del cafetal, pero debido a sus malos manejos administrativos el cafetal fue convertido en un ingenio azucarero. En 1981 el famoso cafetal fue declarado Monumento Nacional.

En el año 2003 Rigoberto López llevó al cine parte de la historia del cafetal Angerona con su película Roble de Olor, donde el actor Jorge Perugorría interpretaba el papel de Cornelio Sauchay.

Deja una respuesta