Alfredo López: maestro del proletariado cubano

Alejandro Batista Martínez

A la caída del machadato, en 1933, ante insistentes rumores que señalaban a las faldas del Castillo de Atarés como uno de los cementerios clandestinos de la tiranía, comenzó la búsqueda de posibles fosas comunes. Junto a un nogal, a pocos metros de la calzada que entonces unía la fortaleza con los elevados del ferrocarril, unos jóvenes hallaron un cráneo casi totalmente destruido por un golpe contundente en la parte posterior derecha. Gracias a que se conservaba la dentadura completa, fue posible la identificación de la víctima. Se trataba de Alfredo López Arencibia, dirigente obrero desaparecido en 1926. Sobre este mártir del proletariado cubano conversaremos en este encuentro con nuestras raíces.

Alfredo López Arencibia nació en Sagua La Grande, Las Villas, en 1894. Sus padres, Luis Felipe López, de una familia española, y Julia Arencibia, una bella mulata, nunca legalizaron su relación. Sufrió desde niño la discriminación y la desigualdad social por ser pobre, mestizo e hijo ilegítimo. A los 9 años comenzó a trabajar en un taller tipográfico.

Cuentan sus amigos que todos los días se detenía ante una imprenta y observaba laborar a los operarios. Una mañana le solicitó una plaza al dueño. Entró como aprendiz y siendo apenas un adolescente ya dominaba la caja y el linotipo. Emigró a Camagüey buscando mejores perspectivas y más tarde a La Habana. Consiguió un puesto en la imprenta La Mercantil y supo de las luchas sindicales. Conoció a Inocencia Betancourt, su compañera de toda la vida. Alfredo era de pequeña estatura, cuerpo atlético y fuerte. Parco en el hablar, cuando no estaba en la tribuna. La palabra clara, precisa, enérgica, le llevó a sobresalir como dirigente sindical. Agitador intuitivo, arrastraba a las masas.

Su valentía y audacia lo hacían capaz de enfrentar cualquier manifestación de violencia, convirtiéndose en el líder que necesitaba la clase obrera cubana. Siempre fue el primero en llegar en auxilio del compañero encarcelado, de la familia de los perseguidos, de todo el que necesitara de solidaridad. Más de una vez se vio solo ante un grupo de obreros armados y enfurecidos, y logró que lo escucharan, razonaran y entablaran un diálogo con él. A veces tuvo que usar sus puños. Durante un Primero de Mayo, obligó a un provocador a retirarse. En otra ocasión, guió a una multitud al cementerio para enterrar a un compañero. La policía, convocada para impedirlo, no se atrevió a actuar.

En 1918 organizó el Comité Pro Primero de Mayo y bajo su dirección, se realizó un combativo Día de los Trabajadores. Participó en las huelgas generales de noviembre y diciembre de ese año, y en la de marzo siguiente, en la que aunaron esfuerzos obreros de la construcción, ferroviarios, tranviarios, tabacaleros y azucareros de Las Villas y Camagüey. Como líder del sindicato de los tipógrafos envió un saludo a la Revolución Rusa por su segundo aniversario. En el Congreso Obrero de 1920, logró que se aprobaran mociones para la creación de una central sindical nacional y en solidaridad con la Rusia soviética.

En 1921 estuvo entre los gestores de la Federación Obrera de La Habana, momento relevante en el proceso de unidad del movimiento sindical cubano. Fue el líder natural y secretario general de esta organización.

Cuatro años después, sería también el alma de la Confederación Nacional Obrera de Cuba. Preocupado por la educación del proletariado, inauguró la Escuela Racionalista y colaboró activamente con Mella en la Universidad Popular José Martí. A finales de 1925, Alfredo y Mella compartieron celda cuando Machado los envió a prisión. El líder estudiantil lo denominó “maestro del proletariado cubano”.

La probable noche de su muerte, vieron a Alfredo López Arencibia caminando por la calle Gloria, hacia el Centro Obrero de Zulueta, en La Habana. En la esquina de Someruelos se detuvo a saludar a la familia de Alejandro Barreiro. Según se afirma, en la calle Economía lo interceptaron cuatro policías vestidos de civil. Uno de ellos le golpeó a traición con una barra de hierro. Cuentan que inconsciente, lo introdujeron en un auto, rumbo al Castillo de Atarés.

Lo arrojaron moribundo a una fosa y lo remataron con dos grandes pedruscos. Días antes, un esbirro de Machado lo había amenazado diciéndole: “La cabeza te huele a pólvora”, a lo que él respondió: “Yo no puedo abandonar a los trabajadores”. Cuando su familia le reprochaba su temeridad, respondía: “Solo me pueden matar una vez”. Ramón Cienfuegos (el padre del comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán) y varios compañeros le pidieron que se cuidara y simplemente les dijo: “Luchar por lo que uno cree, porque nuestros sueños se hagan realidad, eso vale más que la vida”.

FUENTE: Artículo Alfredo López: El hombre de la unidad, de Pedro Antonio García

 

Últimas entradas de Master2020 (ver todo)