Reseñas

Tributo al Padre de la Patria cada 27 de febrero

Hace 150 años, el monte espeso y un abismo natural fueron testigos del último combate de Carlos Manuel de Céspedes. Al haber transcurrido poco más de cinco años de su glorioso alzamiento en el ingenio Demajagua, en febrero de 1874, el patriota insigne había sido depuesto del cargo de Presidente de la República en Armas, tras una conspiración realizada por la Cámara de Representantes bajo la acusación injusta de nepotismo y métodos autoritarios. Estos cargos obviaron sus relevantes méritos, entre ellos su integridad moral, y sus sobresalientes servicios a la patria.

Céspedes no solo fue despojado de sus cargos de manera humillante, sino también de la merecida protección que necesitaba. Se le privó de la posibilidad de reunirse con su familia en el exterior y se vio obligado a buscar refugio en una recóndita y pobre comunidad de la Sierra Maestra. Todo lo aceptó con entereza y humildad y fue así que en la noche del 23 de febrero de 1874 llega a San Lorenzo.

En medio de gente muy humilde y desamparada encontró, sin embargo, solidaridad y amor, buenas amistades y se dedicó a escribir, leer, jugar ajedrez y visitar a algunos vecinos de la intrincada comarca donde enseñaba a leer y escribir a los niños y dialogaba con los campesinos de la zona.

En una de esas visitas, una niña le alerta de la cercana presencia de soldados españoles pues, al parecer, una traición había delatado su paradero. Céspedes, revolver en mano, sale del bohío disparando a un capitán, un sargento y cinco soldados españoles que le perseguían. Los españoles intentan capturarlo vivo, pero el bayamés dispara sin detener la carrera. El sargento Felipe González Ferrer se le enfrenta, y ante un último esfuerzo de Céspedes por neutralizar el disparo a su rival, el sargento acciona su fusil y le perfora el corazón. Así caía en combate, el 27 de febrero de 1874, Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Catillo.

Aquel cuerpo que cayó al abismo, a cuyo borde llegó buscando una vía de escape a la persecución, fue el de un hombre que se defendió y luchó hasta el último minuto. Disparó dos veces contra sus atacantes, con suma valentía, desoyendo las voces que lo conminaban a entregarse, pero el certero disparo al pecho, justo en el lado izquierdo fue el que lo derribó, a pesar de que siempre juró que nunca caería vivo en manos del enemigo.

El informe forense, realizado por las autoridades coloniales, luego de rescatar el cadáver, con el cráneo hundido y un ojo amoratado por la terrible caída, dan fe de que no se rindió. Aunque era un hombre maduro, relativamente joven, las constantes luchas le habían hecho padecer y estaba además casi ciego cercano a los 55 años de edad. El Viejo presidente, así le decían con respeto los naturales de aquella zona, con los cuales confraternizó e hizo entrañables relaciones.

El cadáver del Padre de la Patria fue conducido a Santiago de Cuba, donde lo sepultaron en una tumba y el 10 de octubre de 2017 fueron inhumados sus restos con el objetivo de ubicarlos en el área patrimonial central del cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba. A partir de entonces, el pueblo de Cuba le rinde tributo a Carlos Manuel de Céspedes, el cubano cuyo nombre sería luego simplificado por la historia como el Padre de la Patria.