Por: Alejandro Batista Martínez
FUENTE: Crónicas de San Antonio de los Baños. Historia del municipio San Antonio de los Baños.
El extraordinario progreso alcanzado por la agricultura y la industria en la antigua provincia de La Habana, las difíciles comunicaciones disponibles y lo costoso del trasporte, hizo pensar alternativas pasa solucionar la situación. A mediados del siglo XVIII se planteó la confección de un proyecto de canalización para unir a La Habana con Batabanó por medio de un canal navegable, llamado Canal de los Güines.
La idea de construir el Canal de los Güines surgió de la conveniencia de suministrar a los carpinteros del Arsenal de La Habana, las maderas necesarias para la construcción de embarcaciones, a mediados del siglo dieciocho. En 1776 se calculó que dicho canal costaría un millón 200 000 pesos.
Veinte años después el Conde de Jaruco y Mopox, aprovechando sus influencias con el Príncipe de la Paz, impulsó el proyecto, renovándolo.
En 1798 los ingenieros Francisco y Félix Lemour ejecutaron la nivelación del proyecto, calculando que tendría diecinueve leguas de quinientas varas cada una.
El punto de división estaría en La Taberna del Rey y necesitaría diecinueve exclusas por la parte Norte y veintiuna por la parte Sur. En el proyecto se uniría el canal con el río de Güines, trayéndolo desde el ingenio de La Holanda hacia Quivicán, tres leguas al Sur de Bejucal y de Santa Rosa.
El célebre científico alemán Alejandro de Humboldt elogió la construcción de un canal a través de la provincia habanera y su extraordinaria utilidad, sin embargo la obra de ingeniería quedó en el olvido. Se decidió optar por la construcción de caminos de hierro y en lugar de canales se construyeron vías para los ferrocarriles.
En el siglo diecinueve se proyectó otro canal que pasaría entre Vereda Nueva y San Antonio de los Baños. Ninguno de esos proyectos fue llevado a la práctica.
Desde tiempos inmemoriales, antes de la fundación de la Villa de San Antonio, existía sobre la Cueva del Sumidero, una ceiba bajo la cual se sumergía el río Ariguanabo.
En los comienzos del siglo diecinueve, el Regidor Diego José Gutiérrez expresó sobre dicha cueva: “nacieron una palma y una ceiba, que crecieron a la par y parecían colocadas por la Naturaleza, como para que fuesen testigos de aquella maravillosa obra.
Al cabo de largos años pereció la palma, quedando la ceiba con su enorme opulencia”.
Los años hicieron que la primitiva ceiba se ahuecase interiormente y personas inconscientes e irresponsables prendieran fuego en su interior para ver salir el humo por su alta copa.
Ello acabó de resentir el árbol y llegó el momento en que se derrumbó por el peso de los años. Al caer, su tronco obstruyó el curso del río.
Por el año de 1877 se plantó una nueva ceiba y con tal motivo se celebraron en su honor, grandes festejos populares. Acudieron al acto las autoridades civiles y militares y hasta el Obispo de La Habana se presentó para bendecirla.
Se construyó a su alrededor un muro y unas pilastras, cuyas ruinas persisten sobre la histórica cueva. El árbol fue donado por el señor Mateo González, hijo mayor del Conde de Palatino y fue traído desde su finca
El Fundador
Con motivo de las obras de canalización del río Ariguanabo, por la Compañía de Electricidad, se trató de demoler la simbólica ceiba.
Cuentan que ya se le habían dado algunos hachazos a su tronco y raíces, cuando el doctor Eduardo Hernández Morales se opuso terminantemente a su derribo.
Gracias a este ferviente velador de las tradiciones ariguanabenses persiste uno de los símbolos más grandes de San Antonio de los Baños: la ceiba del sumidero.
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