Historias de la muerte

Al decir de José de la Luz y Caballero: “La muerte solo en la materia existe, el alma, como Dios, no tiene fin”.

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Por: Lic. Alejandro Batista Martínez.

Los hombres, en el decursar de la historia, han creado lugares para depositar los restos materiales de sus seres queridos. Los cementerios, camposantos o panteones son algunos de esos lugares. Dependiendo de la cultura del lugar, los cuerpos pueden introducirse en ataúdes, féretros o sarcófagos, o simplemente envolverse en telas, para poder ser enterrados o depositados en nichos, mausoleos, criptas u otro tipo de sepulturas.

Creado por el Obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, con el Cementerio General de La Habana se suprimieron los enterramientos en las iglesias y conventos. Inaugurado en febrero de 1806, allí recibieron sepultura importantes personalidades del siglo XIX. Francisco de Arango y Parreño, el primero y gran economista cubano; Tomás Romay Chacón, introductor de la vacuna contra la viruela y Juan Bautista Vermay, fundador de la Academia de Pintura San Alejandro.

El poeta alemán Georg Weerth, abanderado del socialismo en estas tierras, también fue enterrado en el Cementerio de Espada. Por su puesto que en él descansaron los restos de su fundador, el Obispo Espada, fallecido en de agosto de 1832. Las funciones del primer cementerio público habanero cesaron con la creación, en 1871, del Cementerio Cristóbal Colón.

Con su trazado de calles y una arquitectura funeraria distintiva, se distingue como uno de los más hermosos camposantos del Nuevo Mundo. Su diseño original fue concebido por el arquitecto español Calixto de Loira. El conjunto escultórico de la entrada principal fue obra del artista cubano José Vilalta Saavedra. Entre sus tumbas emblemáticas se encuentran el Monumento a los Estudiantes de Medicina, fusilados en 1871; el Monumento de los Bomberos caídos en el cumplimiento de su deber y la de La Milagrosa, devenida en objeto de culto. La necrópolis Cristóbal Colón fue declarada Monumento Nacional en 1987.

Otros cementerios capitalinos también llaman la atención de cubanos y extranjeros. El Cementerio Chino para la numerosa colonia asiática residente en la Isla, es uno de ellos. Inaugurado en  1893, se localiza en el actual Reparto Kohly, próximo al de Colón. En la villa de Guanabacoa radica el peculiar Cementerio Hebreo o Judío, abierto a inicios del siglo 20.

El primer cementerio de San Antonio de los Baños estaba detrás de la iglesia católica y era del ancho de la plaza. Tenía su fondo más allá de lo que es hoy la Calle Ancha. En el año 1814 o 1815 se construyó el cementerio fuera de la Villa del Ariguanabo, en terrenos donados por el marqués de Montehermoso.

Ubicado donde hoy está la escuela primaria Domingo Lence Novo, su frente daba a la calle Santa Bárbara y finalizaba en la Calle Ancha. De ahí a la puerta del cementerio existía un callejón cubierto por una frondosa vegetación, con cercas de cardón y piña de ratón. En sus inicios el cementerio no tenía muros. Más tarde los construyeron.

Según Diego José Gutiérrez, en 1837, “los cadáveres estaban seguros de los ultrajes que antes sufrieran por animales inmundos, que removiendo la tierra a su antojo, cebaban su apetito en la yerta carne del hombre finado”. En 1855 se amplió y se repararon sus tapias y sobre la arcada de la puerta fue colocada la inscripción en latín: Del polvo venimos y hacia el polvo regresamos.

Una muerte peculiar tuvo el poeta Julián del Casal. Iniciado en la composición literaria desde edades tempranas, las dificultades económicas por las que atravesó su familia tras la muerte del padre, lo hicieron abandonar los estudios superiores. Asistía a las tertulias de José María de Céspedes, donde conoció a jóvenes promesas de las letras cubanas como Ramón Meza y Manuel de la Cruz. Con un temperamento romántico, en sus versos expresaba una emoción, un anhelo de exotismo y originalidad que anunciaba a los futuros modernistas hispanoamericanos.

Publicó una crónica titulada La sociedad de La Habana, firmada con el seudónimo Conde de Camors. Las críticas al capitán general Sabás Marín y su familia, lo llevaron ante los tribunales. Aunque fue absuelto, perdió su puesto y su pobreza aumentó. En 1888 consiguió salir para España y poco tiempo después regresó a Cuba.

Aquejado de un tumor en los pulmones, falleció el  21 de octubre de 1893. Se encontraba en una comida en casa del doctor Lucas de los Santos Lamadrid cuando al escuchar un chiste, lanzó una carcajada y ahí mismo quedó. Se ha dicho que murió de la risa, pero lo cierto es que la causa del deceso fue la rotura de un aneurisma.

FUENTE: Fichas en poder del autor.