Por Alejandro Batista Martínez

FUENTE: Historia de la caricatura cubana, de Adelaida de Juan.

Aprendiz de tabaquero y caricaturista en San Antonio de los Baños, y pintor de gitanillas en Granada.

Integrante del Grupo Minorista en La Habana y autor de La Comparsa, en París. Creador de El Bobo durante el machadato, poco después director del Estudio Libre de Pintura y Escultura y diplomático, Eduardo Abela creó un mundo plástico de imaginación poética.

Sobre El Bobo de Abela, le acercaremos en este encuentro con nuestras raíces.

El personaje del bobo proviene de la época colonial cubana. En 1895 vio la luz un semanario en el que aparecían artículos rubricados por El Bobo de Batabanó o El Bobo de la yuca.

La popularidad de estos personajes llegó hasta la década de 1940 con la conocida guaracha El Bobo de la yuca.
Sin embargo, decir el Bobo es pensar en Eduardo Abela.

A pesar de los modelos existentes con anterioridad, el ariguanabense llevó a cabo una renovación total en la composición escénica de la caricatura y conformó la fisonomía definitiva del personaje.

Como la imaginación pública suponía hechos, personajes y semejanzas, el pintor concibió el propósito de hacer un tipo fijo tan abstracto que no llegara a parecerse a nadie en particular.

Así comenzó a vivir aquella figura, bautizada poco después por el público con el nombre de El Bobo. Creado en la mesa de un café, la cara del hombre era la parte posterior de un torso de mujer, parecido a una fruta bomba. De raíz picaresca, su fecha de surgimiento se ubica en 1926, en la publicación La Semana.

A modo de complemento para el Bobo, Abela creó al Profesor y al Ahijado.

El primero ante la necesidad de dotar al Bobo de un amigo con quien hablar. Debía ser alguien tan bobo como él e ignorante del mundo real para poder tratar de boberías. Buscó, pero todo el mundo sabía demasiado.

Decepcionado y agotado de su estéril pesquisa, entró en una fonda de chinos y encontró a su amigo el Profesor. Por su parte el Ahijado era un niño, presunto descendiente del Bobo. Con rasgos casi idénticos, era el encargado de sustituirlo en caso de ser censurado. El Bobito, como le apodó el pueblo, estaba plenamente identificado con el Bobo.

Además de acompañarlo, de darle pie para sus advertencias y lecciones, de hacer las preguntas pertinentes, era su colaborador, su oyente, y más que eso, su sucesor y la continuidad de su ideario.

En la caricatura publicada el 31 de diciembre de 1931, el Bobo aparece sentado en una silla con su bandera cubana. En la pared un retrato de Martí.

A su lado, el Ahijado señala hacia la puerta abierta. A través de esta se observa una multitud en la calle.

En ella el Profesor, también con su bandera. A lo lejos los techos de las casas de la ciudad. Era el Bobo el más sabio de los denunciantes de su época en la prensa plana.

En 1934 Eduardo Abela viajó a Italia para ocupar un cargo en el consulado cubano en Milán.

Sus caricaturas de estos años reflejan el agotamiento del personaje. Pasada la época de la cual fue un símbolo, su autor sintió que el Bobo estaba agonizando.

Solo en 1941 intentó revivirlo, publicándolo en el Semanario El Bobo.

Una vez más se dio cuenta de que su ámbito era irrecuperable y que pintándolo revelaba su época, sus conflictos y los de sus conciudadanos, y se revelaba a sí mismo.

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