Francisco López Sacha: escribir la eternidad

Imaginar la eternidad, esa sucesión sin principio ni fin, nos lleva a pensar en el tiempo que hemos invertido en nuestras vidas y qué podemos hacer para tratar de inmortalizar cada detalle que nos hace quienes somos. Imaginarla puede ser placentero, escribirla todo un desafío. En esa disyuntiva estuvo durante décadas el escritor manzanillero Francisco López Sacha, ganador del Premio Hispanoamericano de Narrativa y Novela Alejo Carpentier 2022, con su novela Voy a escribir la eternidad.

-El jurado que premió su novela destaca que esta obra tiene un eficaz estilo narrativo entre el testimonio y la ficción, el ensayo literario e histórico, la viñeta costumbrista y la reflexión filosófica y existencial.

¿Cómo entrelazar todos estos elementos?

En el año 1991 tuve la idea de escribir una novela sobre mi propia vida, sobre la vida de Manzanillo y mi familia, pero no a la manera de un testimonio, sino colocando como base esa condición para pasar después a diversos estratos y experiencias que no eran exactamente mías. Algo que me ha guiado siempre es la música popular y en la novela cuento episodios de las melodía de los años 60, 70, tal vez 80 y, por encima de ellos, coloco mi mirada del universo, es decir, mis relaciones con la Física, sobre todo con la Física relativista y con la Física cuántica. Por lo tanto, mezclo tres grandes niveles, el testimonial, el musical y nuestros gustos como consumidores de la música en mi generación; y sobre todo cómo yo veo la eternidad.

Tuve que recurrir al factor de la física para crear un argumento aleatorio que no va en línea recta sino hacia el pasado, el futuro. Va oscilando en diversos capítulos a lo largo de unos 30-35 años que es lo que abarca en su realidad el espacio de mi propia vida y el espacio de lo que quiero contar de mi ciudad. Me alejo incluso hasta La Demajagua y avanzo desde allí hasta el mundo contemporáneo cubano, entrelazando factores de carácter histórico, testimonial, personal, poético y con todo esto construí una novela que oscila en esas tres dimensiones hasta lograr un criterio cometido intelectual. Quiero definir lo que puede ser escribir la eternidad, algo que traté de hacer. De algún modo me acerqué a ello, aunque naturalmente es una meta imposible, y eso es la novela en sí.

Voy a escribir la eternidad, ¿por qué ese título?

El título nació solo. Eso no quiere decir que escribí la eternidad; la voy a escribir. Voy a hacer el intento. La empecé a escribir en el año 91 pero en 1994 fui electo presidente de la Asociación de Escritores y por lo tanto me di cuenta que siendo presidente de una institución de tan alta responsabilidad no podía ser el novelista que quería ser. Tuve que detener la novela.

Y la detuve hasta la pandemia, pero la tenía muy clara, estaban marcados los capítulos que me faltaban por escribir. Cuando la retomé en el año 2020 era como si la hubiera continuado cuando la dejé inconclusa. Salió naturalmente y se desarrolló más o menos de acuerdo al plano original. Siempre hubo algunos cambios, algunas ideas que tenía al principio de la novela que después deseché y otras que añadí en el camino. Pero esencialmente se mantuvo como la había concebido y así la pude terminar.

-Desde su posición como autor de la obra, ¿Cómo sería la lectura de esta novela de 410 cuartillas?

Realmente la novela se lee de forma natural. No hay nada que pueda impedir que el lector pueda disfrutar de esa experiencia, o sea, no he construido un artefacto, hice una novela en la cual el narrador va al recuerdo, regresa; va al presente, al pasado, al futuro, pero conduce al lector. No hay ningún temor, es una novela de fácil lectura, aunque está llena de complejidades porque incluyo un cuento, una carta, parodias, juegos. Hay pequeñas interrupciones o interpolaciones a lo largo de ese trayecto, pero se deja leer, creo yo, con bastante comodidad.

El aleatorismo no se nota, ese fue uno de los esfuerzos que traté de hacer: no perder al lector, llevarlo por diferentes caminos, pero no perderlo. No es una novela «culta», ni es tampoco «popular», mezcla las dos cosas y utiliza episodios de la vida cotidiana de los últimos 60 años. Estos  sucesos pertenecen al pasado, sobre todo el origen de Manzanillo, con personajes históricos como Bartolomé Masó con un espacio bastante grande en la novela y otros que pertenecen a la fauna local que conocí en mi infancia y adolescencia.

-La música tiene un protagonismo vital en Voy a escribir la eternidad, ¿por qué?

El testimonio es mi propia vida, desde mi nacimiento hasta la actualidad. La música que amo y la que desarrollo en la novela es el rock, y por lo tanto hay sus pasos continuos a Los Beatles, Elvis Presley, a los Rolling Stones, es decir, a los grupos que disfrutábamos en los años 60 y 70. Este es el factor musical que de algún modo gobierna la novela. Incluso quisiera que la portada de la novela fuera la glorieta de Manzanillo, un emblema de la ciudad, y dentro Los Beatles tocando un concierto, lo cual nunca pudo ocurrir pero por eso mismo, es maravilloso.

-Hablemos del Premio Literario Alejo Carpentier, merecido en dos ocasiones.

Lo recibí por primera vez en el año 2002 por mi libro de cuentos Dorado mundo y el año pasado por Voy a escribir la eternidad. Veinte años de diferencia entre uno y otro. Me resultó muy hermoso y emocionante, no solo por la condición del premio, sino por el nombre que lleva. Uno de mis maestros es Alejo Carpentier. Considero que es el escritor más importante en lengua española del siglo XX. Esa es mi opinión. Y por lo tanto, parto de él también. Es una de mis referencias. Quizás en esta novela ya es una referencia muy superada, pero en algunos otros libros que yo he escrito esa referencia es más evidente, sobre todo en mi primera novela El cumpleaños del fuego. En Voy a escribir la eternidad está muy integrada a mi manera de decir.

-Esta novela y la eternidad en sí, qué es para Francisco López Sacha.

Creo que es lo más importante que he escrito hasta hoy, lo más ambicioso y lo que más me complace. La eternidad no es más que nuestra vida propia, singular e irrepetible. Es eso.

El más suave de los veranos que de cuento fue creciendo.

Primero pensé en un relato largo y lo fui desarrollando con esa idea. Más tarde vi que era una novela corta y terminó siendo una novela corta, un poquito más larga que las comunes.

Año 1996. Es una historia de amor.

Aún cuando sea tan peligroso hablar de historias de amor en una época en que la literatura universal ha hecho maravillas en ese tema.

De La Habana Vieja hasta Guanabo transcurre la trama, cuyo hilo conductor son las relaciones amorosas entre un redactor del Instituto Cubano del Libro, oficio que yo desempeñé muchos años y de ahí saco información vital y una enfermera.

La casa de Guanabo es el lugar de citas de una historia que compromete a cinco o seis personajes más hasta llegar a algunas hipótesis relativas a temas que me importan desde siempre como la memoria y lo bello. La novela pretende penetrar en las relaciones amatorias sin velos, el pensamiento erótico del personaje y su combate primero por atrapar la belleza y más tarde, sin darse cuenta, caer en la trampa natural, el amor.