Uno de los secretos mejor guardados de la historia de Cuba es el del lugar donde fueron enterrados los cadáveres del Lugarteniente General del Ejército Libertador y su ayudante.

Bajo la tenue iluminación de la luna, con las últimas paletadas de tierra que dejaban enterrados a Antonio Maceo Grajales y Panchito Gómez Toro, se abría uno de los más hermosos capítulos de fidelidad en la historia de Cuba. Sobre el rescate de los cadáveres y cómo se guardó el secreto del lugar del enterramiento, conocerás en la sección Nuestra Historia.

El coronel Juan Delgado González, jefe del Regimiento de Santiago de Las Vegas, enterado de la desgracia ocurrida y de los intentos infructuosos por recuperar los cadáveres, reaccionó vigorosamente. Levantando su machete gritó: “El que sea cubano, el que sea patriota, el que tenga vergüenza, el que tenga valor, ¡que me siga!”.

Dieciocho cubanos se lanzaron al campo de batalla. Iban a lo desconocido, hacia la muerte si era preciso, para impedir que los españoles se llevaran los cadáveres de Maceo y Panchito. Al partir, el exiguo destacamento les orientó dividirse en pequeños grupos para explorar todo el cuartón de Bobadilla y para no ser blanco fácil del fuego enemigo.

Peinado hábilmente el enmaniguado terreno, el grupo del capitán José Miguel Hernández Falcón, halló los cadáveres. Con el grito más fuerte que haya dado hombre alguno en la guerra de independencia, comunicó a sus compañeros: “¡Aquí está el General Maceo!”

Con la misión cumplida llegaron a la finca Lombillo, donde lavaron los cuerpos. Entonces era necesario encontrar un lugar seguro para dar cristiana sepultura a los cadáveres. El reducido grupo continuó la marcha hasta la finca La Dificultad, propiedad de Pedro Pérez Rivero. Al llegar, Juan Delgado tocó a la puerta de su pariente y después de identificarse, le comunicó que tenía algo urgente que hablar con él.

Informado Pedro Pérez Rivero de lo sucedido, llamó a sus tres hijos mayores y les pidió que buscaran las herramientas para cavar la tierra. Rumbo al sitio donde estaban los cadáveres, el campesino preguntó a su sobrino si los presentes conocían la idea.

Al llegar a donde se encontraban los cuerpos, Juan Delgado le dijo: “Tío, le entrego con el alma los cuerpos del Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales y el de su ayudante, capitán Panchito Gómez Toro, hijo del Generalísimo Máximo Gómez. Nadie sabe de esto. Murieron ayer en un combate. En usted confiamos ciegamente. Entiérrelos donde crea que nunca puedan encontrarlos y guarde este secreto hasta que Cuba sea libre. Solo entonces lo dirá al Presidente de la República o al propio Máximo Gómez”.

Pedro Pérez era propietario de la finca La Dificultad y junto a sus hijos Romualdo, Leandro y Ramón, abrió las fosas secretas y enterró a Maceo y Panchito en un abrupto rincón de la finca El Cacahual, propiedad de los hermanos Ernesto y Antonio Maresma, quienes nunca supieron del hecho. Con la reconcentración de Weyler la familia de Pedro Pérez tuvo que refugiarse en Bejucal, donde murió uno de sus hijos.

El fiel campesino temió que perecieran por una epidemia todos los guardianes del secreto y envió un aviso al coronel Juan Delgado. Este a su vez, encargó del importante asunto a su segundo, Dionisio Arencibia Pérez, para que se entrevistara con él en El Cacahual. En el sitio de las fosas ocultas, Arencibia hizo una marca en un árbol, guardando también el preciado secreto.

En agosto de 1899, con el fin de la dominación española, Máximo Gómez acudió a Bejucal con el permiso de exhumación de los restos. Allí recibió acogida y se hizo colecta que trascendió al país, para la futura obra que los guardaría. Dos comisiones, una de ellas técnica, viejos mambises, numeroso público y familiares de Maceo y Gómez presenciaron el acto, el 17 de septiembre de 1899.

Guiándose por la señal hecha en el árbol por Dionisio Arencibia, empleados de Bejucal iniciaron la búsqueda en el lugar indicado, cavando con sumo cuidado. Desesperaban algunos y otros ponían en duda la palabra del honrado Pedro Pérez Rivero, cuando apareció el primer hueso humano. Reinaba mal tiempo y en yaguas y dos hules se fueron colocando los restos para ser trasladados a la casa de los Pérez.

En el humilde bohío permanecieron en capilla ardiente, bajo custodia de varios generales mambises, entre ellos Pedro Díaz y el expresidente de la República en Armas, Salvador Cisneros Betancourt, hasta que fue terminado el primero de los tres monumentos construidos en El Cacahual.

Por: Lic. Alejandro Batista

Fuente: Fichas en poder del autor.

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