Alejandro Batista Martínez

FUENTE: Fichas en poder del autor.

Manuel García Ponce de León fue una especie de Robin Hood criollo que robaba a los ricos para socorrer a los campesinos pobres.

Apodado el Rey de los Campos de Cuba burló a todos los generales españoles que trataron de capturarlo.

Nacido en la finca Guayacán, del poblado de Alacranes, el primero de febrero de 1851, aprendió a leer y escribir y se aficionó a las peleas de gallos y al juego de naipes.

Cuando murió su padre, buscó fortuna junto a su madre en La Habana y Bejucal, antes de establecerse como campesino en Quivicán.

El entonces laborioso agricultor Manuel García conoció a la joven Rosario Vázquez y se casaron. En un guateque pueblerino el alcalde humilló a Rosario y Manuel lo abofeteó y lo retó a un duelo a machetazos.

El acobardado funcionario se escudó en su autoridad y lo envió a la cárcel. Unas semanas después de ser liberado fue a visitar a su madre y se encontró que el esposo de esta la golpeaba brutalmente. Lleno de rabia y venganza sacó su afilado machete y lo hirió de gravedad.

Para evitar volver a la cárcel se unió a la banda de Perico Torres, un conocido bandolero que merodeaba por las zonas de Güines, Quivicán y Bejucal.

Tiempo después formó su propia cuadrilla. Tenía 24 años y muy pronto se hizo famoso por sus audaces asaltos y secuestros de personas adineradas.

Con el botín que obtenía Manuel en sus andanzas, ayudaba a las familias pobres de la llanura Habana-Matanzas-Santa Clara.

En compañía de su esposa salió de Cuba en 1885, instalándose en Cayo Hueso. Durante el exilio trabajó en la tabaquería de Eduardo Hidalgo Gato y se integró al Club Patriótico Cubano.

En ese ambiente de patriotismo, unido a sus ardientes deseos de regresar a Cuba, no dudó en enrolarse en la expedición independentista de Juan Fernández Ruz.

En septiembre de 1887, con los grados de comandante, Manuel García abordó un pequeño velero de pesca que los llevó a Puerto Escondido, en la costa norte de Matanzas.

El Rey de los Campos de Cuba reagrupó a su cuadrilla y la armó con rifles, machetes Colling, revólveres Smith y cuchillos de monta. Cada uno de sus 12 hombres cargaba también 50 cartuchos, mantas y hamacas y cabalgaban en briosos caballos con elegantes monturas mejicanas. Tal como se lo ordenaron, contactó y colaboró con los jefes de los grupos revolucionarios de La Habana y Matanzas. Buscó lugares propicios para desembarcar expediciones y refugios seguros.

Fustigó patrullas españolas y organizó entre los guajiros un sistema de información que permitía conocer y transmitir los movimientos de las tropas enemigas.

Al paso de los días volvió a su antiguo oficio de bandolero para sostenerse y contribuir a la causa de la independencia de Cuba.

Durante la época de zafra amenazaba a los hacendados con quemar sus campos de caña si no le pagaban.

En el llamado tiempo muerto se dedicaba a secuestrar ricos para obtener rescate. Parte de ese dinero lo entregaba al general Julio Sanguily y otros jefes occidentales para comprar armas para la causa cubana.

En el mes de diciembre de 1894, el Rey de los Campos de Cuba realizó su secuestro más importante. Bien trajeado con un uniforme de oficial español y acompañado de uno de sus hombres disfrazado de sargento, fue a la casa de vivienda del ingenio El Carmen, cerca de Jaruco.

El objetivo era capturar a don Rafael Fernández de Castro, Gobernador Civil de La Habana. Como rescate recibió 8000 pesos en monedas de oro, que envió a Juan Gualberto Gómez, representante en Cuba del Partido Revolucionario Cubano.

En febrero de 1895, en el poblado de Ceborucal, se alzó con unos 40 hombres y emprendió la marcha hacia Ibarra, dando vivas a Cuba libre.

Alrededor de las 8 de la noche llegó a Ceiba Mocha e hizo un alto en la tienda del pueblo para abastecerse.

En nombre de la República de Cuba, le pidió al dueño dinero y provisiones. Se encontró con el sacristán Felipe Díaz de la Paz y el guardia civil Vicente Pérez.

Comenzó un tiroteo. El guardia resultó herido y huyó, pero el sacristán disparó su arma sobre Manuel García, quien cayó muerto del caballo.

El mulato José Plasencia, al ver a su jefe en el suelo y ensangrentado saltó sobre el acólito y lo mató a machetazos.

Era el 23 de febrero de 1895 y marcó el final del Rey de los Campos de Cuba.

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