Por Alejandro Batista Martínez

FUENTE: Fichas en poder del autor.

Un placer reencontrarnos en este espacio para divulgar la historia.

Pavorosos rumores corrían por San Antonio de los Baños sobre las depredaciones cometidas por forajidos en la jurisdicción del Ariguanabo. Ni poblados ni campos escaparon de su audacia.

Para contener el avance de los bandidos el gobierno colonial tomó medidas radicales.

Al sur de Vereda Nueva tuvo lugar uno de los crímenes más horrendos ocurridos durante la época colonial en Cuba. En el cafetal Santa Rosa del Aguacate, en junio de 1858, fue vilmente asesinado por cuatro esclavos de su dotación, el propietario Pedro Loubrie.

Este señor era uno de los agricultores franceses que a principios del siglo XIX se estableció en la localidad, fomentando el cultivo del café.

El trágico suceso conmocionó a toda la jurisdicción de San Antonio de los Baños y conllevó a que el teniente coronel Alejandro Badiola Lizarralde tomara medidas al respecto.

El entonces Comandante Militar y Teniente Gobernador de la Villa dictó un bando, el 12 de junio de 1858, para perseguir a los facinerosos y devolver la tranquilidad a la comarca. Mediante él se obligaba a los vecinos colindantes o próximos a las fincas donde ocurrieran hechos de sangre, a reunirse en el pueblo.

Al escuchar el repique de las campanas o el silbido de los fotutos, todos debían acudir armados, a pie o a caballo, para presentarse en el lugar del crimen y aprehender a los sospechosos.

El procedimiento aplicado por Badiola para la persecución de los malhechores fue tan eficaz que pronto devolvió la tranquilidad a la zona.

Las infames raterías, robos, asaltos y asesinatos de las cuadrillas, que atropellaban todo a su paso y no daban tregua al reposo de los moradores de la región, se acabaron. A sangre y fuego, los españoles restablecieron el sosiego a los ariguanabenses.

El 15 de octubre de 1844 la Villa del Ariguanabo sufrió los efectos de un ciclón que duró hasta las siete de la mañana del día siguiente.

Fue bautizado con el nombre de San Francisco de Asís, por haber empezado el día en que el almanaque católico indicaba ese santo.

Ese ciclón hizo estragos en la población, pero no tantos como el ocurrido dos años más tarde.

El Santa Teresita de Jesús, entre el 10 y el 11 de octubre de 1846, destruyó más de 200 casas y ocasionó numerosas víctimas.

Desde entonces comenzaron a desaparecer los cafetales que abundaban en la región. En la noche del 22 al 23 de octubre de 1865, un fuerte huracán azotó la jurisdicción de San Antonio de los Baños. Sintieron sus efectos el Parque de Recreo, la Iglesia, el alumbrado público e infinidad de casas de la Villa.

Las zonas rurales de San Antonio de los Baños quedaron visiblemente devastadas tras el paso del huracán de octubre de 1865.

La laguna de Ariguanabo, crecida como nunca antes, inundó con sus aguas los campos limítrofes, cubriendo por completo las pocas veredas que la cruzaban por sus partes menos profundas o cenagosas.

La destrucción de los platanales, de los pocos cafetales que quedaban y de las viviendas, reforzó una miseria horrible que se enseñoreó en la antes floreciente campiña ariguanabense.

La zafra azucarera de 1893 resultó ser una de las mejores en la historia de Cuba. Sin embargo, el número de ingenios disminuyó considerablemente.

En la zona de Güira de Melena, San Antonio y Ceiba del Agua, de los 31 ingenios existentes en 1878, sólo quedaron nueve en 1894. No todos se transformaron en centrales.

La fabricación del tabaco torcido dio vida a las escogidas en las poblaciones rurales. Guanajay, Pinar del Río, Consolación, Artemisa, Alquízar, San Antonio de los Baños, Santiago de las Vegas y Bejucal, fueron centros de escogidas para la Vueltabajo.

El desarrollo de la agricultura de consumo en San Antonio de los Baños propició el cultivo de la mayor parte de los vegetales que sustentaban a la capital.

A partir de 1896, con la aplicación de la tea incendiaria en la provincia habanera, la economía de esos lugares sufrió grandes estragos.

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