Las mujeres de Martí

José Martí creció y vivió rodeado de mujeres. En un hogar con sus 5 hermanas, Martí estaba inundado de acciones femeninas y guiados por su madre, una mujer de carácter, con diálogo espiritual sumaba otra mujer.

Pepe, gozaba del respeto y la admiración de sus hermanas. Desde la modestia de su instrucción, frente al talento cultivado del joven, a sus tempranas dotes de escritor y periodista, formadas todas dentro de una sociedad patriarcal que reducía a la mujer al espacio privado del hogar.

Leonor fue la primera de las niñas en nacer, la cual apodaron La Chata. Luego llegó Mariana Matilde, a la que Pepe sólo llevaba tres años, y a la que todos llamaron Ana.

Mariana Salustiana “Ana” Matilde Martí y Pérez.
Mariana Salustiana “Ana” Matilde Martí y Pérez.

Ana fue indudablemente su compañera de juegos, de afinidades y por eso, su hermana más querida. Después vino María del Carmen que, por nacer en la península, llamaron en la casa La Valenciana. Más tarde María del Pilar Eduarda, Rita Amelia, Antonia Bruna y Dolores Eustaquia.

El dolor invadió a la familia y en especial al primogénito por la pérdida de la pequeña María del Pilar, con sólo seis años. Ellas constituyeron esa geografía familiar donde el niño desarrolló su infancia y luego emergió el adolescente.

Muchas anécdotas hay que hablan de la nostalgia que sufrió, en la cárcel y el presidio, por sus «chiquitas», las mismas que junto a su madre bordarían aquellas almohadillas para que el padre tratara de aliviar el roce de las cadenas sobre su piel lacerada, al descubrir la masa informe de sangre y pus en el cuerpo trucidado del joven José Julián.

Mas el mayor dolor lo vivió cuando llegó a la estación de Buenavista, el 10 de febrero de 1875 y descubre, en el brazo de don Mariano, la señal del luto porque perdieron a Ana, entonces novia del pintor mexicano Manuel Ocaranza.

Ella, la hermana adorada, le inspiró versos, algunos serían sus primeras letras publicadas en la prensa azteca, y hay un poema, particularmente, donde el amor fraterno se desbordó en el diálogo que los unía, antes de la muerte de la adolescente, así él escribirá en los apuntes al poema: «Ana mía.- Perdona si mis versos son malos.- Así brotan de mí en este momento.-Yo no corregiría nunca lo que escribiera para ti…».

«Linda hermanita mía:
Feliz es el momento en que recibo
Carta tuya; feliz es este día
Porque en ti pienso y de mi amor te escribo.
Versos esperas tú que te anunciaba
Allá por la pasada noche-buena:
En el revuelto mar de mis papeles
No se sabe posar la paz serena
Y, pues que soy doncel, obro sin pena
Como obran desde antaño los donceles:
Escribo, guardo, pierdo,
Te quiero mucho, y luego me perdonas,
Y, i a mi loco juicio, fuera cuerdo
Pensar un triste ornarse con coronas,
Las más bellas serían
Las que tus lindas manos me darían,
Los más consoladores tus laureles
Al perdonarme por haber perdido
Aquel que, por ser tuyo, hubiera sido
El más bello papel de mis papeles,
Impaciente y estúpido el correo,
Lucha y vence mi amor y mi deseo.
Corta es mi carta, mas si bien la peso,
Me une a tu imagen tan estrecho lazo,
Que es cada frase para ti, un abrazo
Y cada letra que te escribo, un beso.»

Martí fue también un delicado hermano, que sufrió desde el exilio, la ausencia de sus más profundos afectos. Esa vivencia humaniza al héroe, lo despoja de afeites y le da vida, desde el sentimiento más universal, el amor.

Olga Álvarez Suárez
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