La negligencia va más allá de lo estético (+ Fotos)
La resaca del huracán Rafael dejó en nuestro municipio un paisaje doble: por un lado, la imagen de una comunidad que, con valentía, se movilizó para recuperar la normalidad tras la tormenta; por otro, la sombra alargada de la negligencia, materializada en los árboles caídos que hasta hace apenas unos días, semanas después del evento, permanecían algunos, otros permanecen como fantasmas en el espacio público. Si bien es innegable el esfuerzo inicial de las autoridades para despejar las vías principales, la persistencia de estos restos vegetales, cual «naturaleza muerta», se ha convertido en un símbolo inquietante de la dejadez y la falta de compromiso con la recuperación integral de nuestro entorno.
No hablamos de meros troncos y ramas. Hablamos de obstáculos que, convertidos en «adornos» macabros, han alterado la fisonomía de nuestras calles, plazas y riberas del río. Lo que en un principio podría haber sido comprensible, dado el impacto de la tormenta, se ha transformado, con el paso de los días, en una clara evidencia de la falta de seguimiento y planificación por parte de la administración municipal. Estos árboles, que en su momento fueron parte vital de nuestro paisaje, ahora se alzan como recordatorios silenciosos de una gestión que, al parecer, ha priorizado la apariencia por encima de la eficacia.
El impacto de esta negligencia va más allá de lo estético. Estos restos vegetales, convertidos en auténticas barreras, obstaculizan el libre tránsito de peatones, ciclistas y vehículos, generando situaciones de peligro y dificultando la movilidad en diversas zonas del municipio.
El peatón, que busca un paso seguro, se ve obligado a sortear troncos y ramas, exponiéndose a accidentes innecesarios. El ciclista, por su parte, se enfrenta a un laberinto de obstáculos que le impiden disfrutar de sus recorridos. Y el conductor, a su vez, debe maniobrar con cautela para evitar colisiones. En resumen, la negligencia se ha traducido en un obstáculo constante para la vida cotidiana de los ciudadanos.
Pero el problema no se limita a las molestias en las vías urbanas. La presencia de árboles caídos en los cauces de nuestro río generó una preocupación aún mayor. Estos restos vegetales, actuando como presas improvisadas, dificultaban el flujo normal del agua, incrementando el riesgo de inundaciones en caso de lluvias torrenciales (en el momento en que se redactó este comentario aún estaban en el río los arboles).
En un contexto de cambio climático, en el que los eventos extremos son cada vez más frecuentes, la negligencia se torna en una irresponsabilidad que puede tener consecuencias devastadoras para nuestra comunidad. La falta de una respuesta efectiva en este punto revela una alarmante falta de previsión y una flagrante indiferencia ante los riesgos que enfrenta nuestro municipio.
Es inaceptable que, después de semanas, estos árboles sigan presentes en nuestro entorno, cual «naturaleza muerta», como si fueran elementos decorativos del olvido.
Si bien se reconoce el trabajo inicial en la recogida de escombros y ramas, el abandono de estos árboles supone una falta de percepción con la recuperación total de nuestros espacios públicos. Es hora de que los responsables actúen de manera eficiente, con una planificación adecuada y un seguimiento riguroso.
No se trata solo de recoger árboles caídos; se trata de demostrar que nuestro municipio está a la altura de los desafíos, que se preocupa por el bienestar de sus ciudadanos, y que entiende la importancia de la gestión integral del espacio público.
Es hora de que la negligencia dé paso a la diligencia, que la desidia se transforme en acción, y que los árboles caídos dejen de ser símbolos del olvido para convertirse en la prueba de que somos una comunidad capaz de superar las adversidades.
La recuperación de nuestro municipio no es solo una promesa, sino un derecho y un deber de todos.
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