Por: Alejandro Batista Martínez
FUENTE: Leyendas del Ariguanabo, de Carlos Eduardo Hernández Fuentes y María Antonia Padrón Rodríguez, abuela de Antonio Núñez Jiménez.
Las leyendas son a los pueblos de campo, como la sal a los alimentos: indispensable.
San Antonio de los Baños tiene innumerables leyendas.
Muchas de ellas se recogen en el texto Leyendas del Ariguanabo, de Carlos Eduardo Hernández Fuentes y María Antonia Padrón Rodríguez, publicado por el sello editorial Unicornio.
Sobre algunas de las fabulaciones que la tradición oral nos ha legado y sus evidencias científicas, le acercaremos en este encuentro con nuestras raíces.
Antiguamente a todas las fincas se les dejaban bosques para sacar la madera necesaria y no tener que buscarla en otro lado.
Por San Antonio de los Baños, en uno de esos montes, vivía una familia pobre de leñadores.
Allí tuvieron un niño, que a los dos años empezó a caminar hacia la manigua. La madre lo tuvo amarrado mucho tiempo para que no se le perdiera.
Cuando el niño tenía cuatro años, se soltaba las amarras y se perdía durante el día.
Mientras fue creciendo, venía menos a la casa hasta que desapareció. Dado por perdido, la familia decidió mudarse para otro lugar en busca de mejoras laborales.
Un buen día, los nuevos propietarios del lugar sintieron pasos. Miraron y vieron una sombra que corría entre los árboles y la persiguieron. Era el muchacho salvaje que había trepado a un árbol.
El niño era como una bestia. Comía hojas de árboles y frutas. Tomaba agua cuando caía del cielo o en los charcos. No se ponía ropas o zapatos. Andaba desnudo.
Los leñadores comenzaron a vigilarlo y en una oportunidad en que vino a tomar agua, lo capturaron.
El niño salvaje mordía y arañaba. Tenía las uñas largas, al igual que el pelo. Chillaba en lugar de hablar.
Como los padres habían dejado su nueva dirección por si el niño aparecía, los leñadores los pudieron localizar. La familia tuvo que amarrarlo porque no quería vivir bajo techo.
Aquel día le dieron un plato de comida y lo botó. Luego le ofrecieron hojas y frutas, y las ingirió sin demora. Al anochecer, en lugar de dormir en la cama de la habitación, prefirió el suelo. Finalmente el muchacho murió.
Como toda leyenda, no sabemos cuánto de certeza o falsedad hay en ella. No obstante, todavía algunos abuelos afirman, categóricamente, que “sucedió aquí, en Cuba, por los montes de San Antonio de los Baños”.
“A la cueva del Sumidero, en tiempos de agua, no puede uno bajar. Por ese hueco se fue una yunta de buey. Le fueron a dar agua y uno de ellos dio un resbalón, arrastró consigo a su compañero y ambos fueron arrastrados por la corriente fluvial.
Dice la gente que los restos de dicha yunta fueron a parar a Cajío. Ese río de San Antonio pasa por Güira de Melena y coge por un terreno en Alquízar, llamado el ingenio Marquetti. Allí había un pozo por donde se veía la corriente pasar.
En la cueva del Sumidero hay como obras de los indios, dicen que hay como santos, como una escritura, pero eso es abajo, donde está la bóveda de piedra que tiene el Sumidero abajo”. Así contaba Julia de la Concepción, abuela de Antonio Núñez Jiménez.
Durante años se hicieron investigaciones para saber dónde respiran las aguas del río Ariguanabo.
Después que se introduce por la cueva del Sumidero corre por una caverna y más adelante sus aguas se riegan por el subsuelo, engrosando el manto freático.
Aunque se plantea que desemboca en la playa de Cajío, resulta exagerado pensar que en su recorrido, pueda arrastrar los restos de una yunta de buey, desde la cueva del Sumidero.
Fantasía y realidad, que se combinan armónicamente en la narración oral; de ahí su riqueza.
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