Por: Alejandro Batista Martínez
FUENTE: Fichas en poder del autor. Internet.
La palabra matrimonio proviene del latín y hace alusión al cuidado de la madre por el marido.
Con el matrimonio normalmente el individuo se independiza de su célula familiar para crear un nuevo núcleo.
Para entender la idea de matrimonio que se tenía entonces debemos situarnos en el siglo XVIII, donde el deber frente a la sociedad y los convencionalismos eran la causa de toda relación entre hombre y mujer. Sobre este tema le acercaremos en este encuentro con nuestras raíces.
La sociedad del Antiguo Régimen lo consideraba como una representación de clase y prestigio.
Los matrimonios de conveniencia eran lo más usual en aquel momento.
Con ellos era posible mantener los estamentos sociales, el rango y el honor familiar. Por tanto, estos eran pactos entre los padres de los correspondientes contrayentes.
La dote, el régimen económico y los títulos de cada uno debían quedar fijados en las llamadas capitulaciones y de incumplirse podría romperse el acuerdo matrimonial. Por tanto, los matrimonios por amor prácticamente no existían.
El dinero y la clase social eran los únicos intereses presentes.
El objetivo de los matrimonios era tener descendencia, crear una familia y perpetuar los apellidos, por lo que la existencia de amantes e hijos ilegítimos era algo completamente normal en la sociedad.
En el siglo XVIII los nacimientos de hijos ilegítimos se incrementaron. Debido a una serie de reajustes en el terreno económico y laboral los Gremios comenzaron a acoger a los hijos bastardos, dando lugar a un gran cambio en la estructura social.
La posibilidad de divertirse por vías extramatrimoniales no se veía de la misma manera en un hombre que en una mujer.
Los matrimonios clandestinos solo gozaban de la protección eclesiástica y servían de puente entre el honor y la garantía de una cierta riqueza.
La mayoría de las veces las necesidades financieras obligaban a contraer matrimonios con personas de clase inferior pero económicamente fuertes.
Estas sumas de dinero lo único que hacían era dificultar el casamiento de las hijas de familias honorables.
Se afianzaba así la inestabilidad de una sociedad patriarcal.
La dote era importantísima para el reconocimiento de los derechos de la herencia de la mujer, ya que en la mayoría de los casos la autoridad del marido dependía del beneficio del suegro, que era el patrón financiero y el que administraba las circunstancias del nuevo matrimonio.
Para muchas mujeres unirse en matrimonio suponía la manera de introducirse en la sociedad, la liberación de un padre riguroso o huir de la reclusión religiosa.
La dote aseguraba una promesa para la mujer y un rango para el progenitor y su familia.
Cuando estaba formada por bienes durables perduraba más allá de la obligación que representaba, como en el caso de la tierra, los objetos de plata o el ganado y era un indicador del nivel económico del matrimonio.
Junto a esta dote aportada por la mujer estaban los bienes que el marido entregaba a su esposa.
El interés por dejar bien reglamentado el futuro de los hijos habidos en el matrimonio o la posible devolución de la dote a la familia del cónyuge fallecido son aspectos fundamentales en la vida familiar del siglo XVIII.
El varón viudo necesitaba otra mujer que atendiera la casa y criara a los hijos de su anterior matrimonio.
A las mujeres viudas se les presentaban más dificultades sociales para volver a contraer matrimonio debido a los convencionalismos.
Para entender la relación que existía entre el hombre y la mujer es importante analizar el espacio individual de cada uno de ellos.
Los dormitorios estaban separados y cada uno tenía su propio gabinete donde durante o después del aseo podían recibir visitas.
Cada espacio permitía una vida completamente independiente, lo que demuestra un claro distanciamiento personal entre ambos.
A pesar de ciertas libertades que tenía la mujer, su papel en el matrimonio seguía siendo la obediencia y la castidad, pues la mujer casada seguía opacada bajo la figura de su marido.
Por suerte, los tiempos cambiaron y algunos rezagos del pasado quedaron atrás.
Si bien en el siglo XXI el matrimonio es visto desde una perspectiva diferente, conocer cómo fue en siglos pasados nos ayuda a entenderlo mejor.
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