El amor de Ignacio y Amalia estremeció a Martí

Las páginas de la historia de Cuba guardan una leyenda de amor…

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José Martí en Nueva York donde vivió, conoció a Amalia Simoni, íntegra en sus principios y en su vida, con la que estableció una profunda amistad.

Las páginas de la historia de Cuba guardan una leyenda de amor, la de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, dos jóvenes que nacieron en cunas de oro, hijos del patriciado criollo en la región del Camagüey.

Ellos se enamoraron y se amaron. Contrajeron nupcias, aunque él, movido por su patria, tuvo que dejar a su amada, en el lecho conyugal y tomar el acero para alzarse en rebeldía en los campos de Cuba y encabezar, como lo hizo, a la famosa caballería camagüeyana.

Amalia abnegada, compañera y fiel, que lo secunda va a los montes, a la manigua cubana para vivir el amor, los encuentros furtivos y breves con su esposo, en el rancho que él llamará «el idilio», donde se embaraza y tiene a su hija.

Luego, cuando vuelve a concebir a su varón, Amalia fue apresada por el enemigo y tuvo que emigrar, dejar a su Ignacio en la batalla y el peligro, y coser, trabajar infatigable, vivir modestamente con sus dos vástagos en los Estados Unidos.

A ese país llegó la noticia de la muerte de su amado en Jimaguayú. El dolor inundó el corazón de Amalia al saber cómo los españoles pasearon su cadáver, y lo exhibieron, intentando burlar el sentimiento de los cubanos. El cadáver de Ignacio fue cremado para que nada quedara de su recuerdo, logrando, como es natural, todo lo contrario.

Al Camagüey se le conoce como la tierra agramontina, es decir, la tierra de Ignacio Agramonte y Loynaz, el Mayor, para su tropa, el único al que llamaban con ese apelativo, sintetizándose el grado de Mayor general y al que tantos poetas cantaron como el Bayardo de la Revolución cubana.Amalia en 1888 escribió un agradecimiento y elogios al Héroe Nacional, a raíz del discurso que pronunció José Martí en ocasión de la celebración del 10 de octubre. Fecha patria que conmemoraba el inicio de las guerras de independencia.

La amistad entre ellos también tuvo fibras más personales como la que se evidenció, cuando en diciembre de 1887, al viajar doña Leonor, la madre de Martí a Nueva York, se le celebró el cumpleaños a la anciana, y en la festividad cantó la joven Herminia Agramonte Simoni, nada menos que un danzón cubanísimo que llevaba por nombre el de «Leonor».

No solo los unió la causa por la independencia de Cuba, la amistad y el saberse hijos de esta patria formó lazos indisolubles. La historia de Cuba está llena de acciones y personas valerosas que hacen evidente la forma peculiar de los habitantes de esta Isla.

Olga Álvarez Suárez
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