Por: Osiel Rodríguez Mesa y Alexander Diego Gil

La fiesta de Año Nuevo expresa que lo transitorio y caduco, lo que cuesta trabajo obtener, tiene su raíz y su fuente en un principio inagotable y desbordante, que se ofrece en un don gratuito, que lo escaso y lo limitado es provisional y viene de lo ilimitado, y que el
tiempo finito se nutre de la eternidad.

Las fiestas son el espacio y el tiempo de lo sagrado, de lo que origina la vida, y por eso el momento de reverencia a ella y a los símbolos que la representan: la luna, el sol, el fuego, la lluvia, el agua, las plantas, la comida, la bebida, la danza, el éxtasis, símbolos, realidades y acontecimientos que se concentran, especialmente en el año nuevo.

Cuando el calendario se acerca a su fin, es natural que aflore en nosotros un deseo de introspección, de evaluar el camino recorrido y de vislumbrar lo que el futuro nos depara.

En muchas culturas, este es un momento propicio para buscar respuestas en las herramientas de la adivinación. Y entre ellas, el Diloggún, con su rica simbología y su conexión profunda con la espiritualidad yoruba, se presenta como un faro de luz en la búsqueda de claridad y guía.

Para aquellos que no están familiarizados, el Diloggún es un sistema de adivinación que se practica dentro de la religión yoruba, una tradición espiritual africana que se ha extendido por todo el mundo, especialmente en América Latina y el Caribe.

El Diloggún utiliza 16 caracoles marinos, llamados cauries, que se lanzan sobre una estera, y la configuración que forman al caer es interpretada por un sacerdote o sacerdotisa, conocidos como babalawo o iyalorisha, respectivamente.

Los rituales cada uno de estos rituales se han adaptado a los tiempos modernos, pero conservando su esencia sagrada.

En algunos casos, las personas combinan prácticas tradicionales con técnicas de meditación y visualización, creando rituales personalizados que se adaptan a sus necesidades individuales.

Desde Punto de Encuentro, en este cierre de año, los invitamos a reflexionar sobre sus propios caminos y a considerar cómo las tradiciones ancestrales pueden aportar claridad y guía a sus vidas.

La verdadera espiritualidad reside en el amor, la compasión y el respeto por todas las formas de vida, así como en la búsqueda constante de la verdad y la sabiduría.

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