Sobre la estancia del futuro Rey de Francia y otros temas de la historia local del Ariguanabo, conocerás hoy en »Nuestra Historia».

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Por: Lic. Alejandro Batista.

Corrían los años finales del siglo XVIII y Francia era un hervidero. La cabeza cortada de Maximiliano Robespierre ponía fin al terror en el pueblo francés. Nuevas luces se veían en el horizonte parisino. Los herederos al trono se hallaban en el destierro y uno de ellos llegó hasta nuestra localidad.

Sobre la estancia ariguanabense del futuro Rey de Francia y otros temas de la historia local de San Antonio de los Baños, conocerás hoy en Nuestra Historia.

Si Miguel de Cervantes y Saavedra hubiese visto el paisaje de San Antonio de los Baños entre los siglos XVIII y XIX, lo habría escogido para recrear el combate del Quijote con los molinos. Lo cierto es que en la Villa de San Antonio se emplearon diversos tipos de molinos. Su condición de ciudad surcada por un río, hizo que los vecinos les dieran mayor uso a los molinos movidos por el agua.

Entre los siglos XVIII y XIX florecieron en las márgenes del río Ariguanabo. En los planos más antiguos de la Villa se podían ver numerosas casas de molinos en la parte oriental. En 1828, el reverendo norteamericano Abiel Abbot, hablaba de los molinos vistos por él junto al río durante su estancia en San Antonio.

En el transcurso del siglo XIX se construyeron igualmente en el fondo de los patios de aquellas casas que daban al río, entre las calles de Santa Bárbara y Real. La calle Almeida fue bautizada antiguamente como Calle de los Molinos. En el siglo veinte hasta 1906 existió uno en un puente tendido sobre el río frente a la vieja Planta Eléctrica, algo más allá del Puente de Santa Bárbara, con una casa de madera en el centro, propiedad de José Menéndez.

En octubre de 1906 la creciente del río destruyó la represa. Algunos días después, la bolsa que se formó entre los puentes y la represa, al moverse, arrasó con todos los puentes del pueblo y se llevó también al molino. El último sobreviviente fue el del cafetero Manuel García, en el tramo de la calle Almeida entre Real y Máximo Gómez, que permaneció activo hasta 1930.

A raíz de la fundación de la Villa de San Antonio, residió en la morada de los marqueses de Monte Hermoso, el joven Príncipe Luis Felipe. El Duque de Orleans, pretendiente al trono de Francia, vagaba de país en país en espera de la Restauración. Llegó a Cuba el 27 de marzo de 1798, en compañía de dos de sus hermanos: el Duque de Montpensier y el Conde de Beaujalais.

El trío de nobles había sido desterrado por el Directorio a Nueva Orleans y arribaron por barco a La Habana. Se alojaron en la mansión que ocupaba en la Plaza de San Francisco, doña Tomasa Teresa Bassave Espellosa y don Martín Aróstegui Herrera. Los anfitriones llevaron a sus huéspedes por su ingenio Santa Teresa, en Madruga y a la hacienda La Matilde, en San Marcos. El calor caribeño les hizo aceptar la invitación de los Condes de Jibacoa de trasladarse a su Quinta del Cerro, donde hoy está la Covadonga.

Después de varias semanas se trasladaron a Bejucal, siendo hospedados por el Marqués de San Felipe y Santiago y la Marquesa María Ignacia de Contreras, en su palacio frente a la iglesia de la Villa. De Bejucal pasaron a San Antonio Abad, alojándose en la residencia de los Marqueses de Cárdenas de Monte Hermoso. La estancia fue corta. Luis Felipe pasaba sus tristezas de desterrado paseando por los jardines de la mansión de los fundadores de la Villa del Ariguanabo.

Pensando en su patria querida repetía la frase: “Dejad al tiempo, que todo lo arreglará”. A petición del gobierno francés el Capitán General de la Isla hizo salir del territorio cubano al que 40 años más tarde sería el Rey de Francia, bajo el nombre de Luis Felipe Primero.

En 1805 por consejo del obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, el capitán general Someruelos dictó la orden de prohibición de las inhumaciones en los templos y sus alrededores. La directiva disponía además que los cementerios fueran situados en lugares apartados de la población.

En el año 1814 o 1815 se construyó el cementerio fuera de la Villa del Ariguanabo, en terrenos donados por el marqués de Montehermoso. Ubicado donde hoy está la escuela primaria Domingo Lence Novo, su frente daba a la calle Santa Bárbara y finalizaba en la Calle Ancha. De ahí a la puerta del cementerio existía un callejón cubierto por una frondosa vegetación, con cercas de cardón y piña de ratón. En sus inicios el cementerio no tenía muros, pero se los construyeron años más tarde. En 1855 fue ampliado y se le repararon sus tapias.

FUENTE: Fichas en poder del autor.