Alejandro Batista Martínez

FUENTE: Fichas en poder del autor.

Para algunos, resulta curioso el nombre dado a la conspiración independentista fraguada en la región del Ariguanabo en 1869.

Si la Conspiración de las Biajacas le parece extraña, sepa que años antes, en 1843, fue descubierta y aplastada, en Cienfuegos, la Conspiración de la Corbata.

En medio de tantas conspiraciones misteriosas y más o menos siniestras reportadas en Cuba, sobresale la Conspiración de la Corbata.

Para descubrirla y aplastarla el Gobernador de Cienfuegos no tuvo que utilizar otros recursos que su habilidad, su mano izquierda y su palabra.

Sucede que en 1843 un violento huracán causó estragos en la localidad sureña del centro de la Isla.

Pasado el meteoro, se expandió el rumor de que los esclavos tenían un plan para aniquilar a los blancos. Una corbata negra señalaría las viviendas de las personas que iban a morir.

No tardó el Gobernador en percatarse de que en la casa donde aparecía la fatídica señal, desaparecían los pollos.

En la vivienda de la francesa Adelina Petit, luego de apropiarse de todas las gallinas, los conspiradores dejaron la corbata negra en el pescuezo de un gallo viejo. Sin revelar sus propósitos, Ramón María de Labra comenzó a investigar.

Localizó la tienda que vendía las corbatas y consiguió la relación de clientes que las habían adquirido.

Los llamó entonces a su oficina y les habló con cariño paternal. No demoró el Gobernador en conocer toda la verdad. Tal conspiración no existía.

Los esclavos no eran culpables de delito alguno. Se trataba simplemente de un grupo de jóvenes blancos, sin trabajo ni dinero, que gustaban de comerse de vez en vez un suculento arroz con pollo.

Los supuestos conspiradores aportaban la carne de ave, mientras que un tal Juan El Criollo, ponía el grano. El Gobernador de Cienfuegos, Ramón María de Labra, amonestó a los muchachos y les recomendó seguir por el buen camino.

La Conspiración de la Corbata fue la fachada para encubrir el robo de gallinas.

Fue costumbre durante la dominación colonial española que las máximas autoridades de las villas estuvieran muy cerca de los presos.

En muchos casos compartían el mismo edificio o construcciones contiguas. Así ocurrió en 1792 cuando se habilitó el Palacio de Gobierno o de los Capitanes Generales.

Allí residía y tenía su oficina el Capitán General y radicaba también el Ayuntamiento. En la parte trasera del edificio se encontraba la cárcel.

En sus inicios la Cárcel de la Villa de San Cristóbal de La Habana fue preparada para 400 reclusos. Con el crecimiento de la ciudad, creció también la delincuencia.

A partir de 1824 la cifra de reclusos en la cárcel nunca fue inferior a los 600 internos. Con la llegada de Miguel Tacón a la Capitanía General de la Isla, en 1834, la cosa se complicó.

En su afán de perseguir a los desafectos de la corona y a los delincuentes comunes, la cifra de reclusos se elevó a setecientos. La aparición de una epidemia de cólera hizo que Tacón sacara la cárcel del Palacio de los Capitanes Generales.

Temiendo que el brote pasara de los presos a la planta alta donde residía con su familia, cortó por lo sano.

Envió a los convictos a La Cabaña en espera de que estuviera lista la nueva cárcel que, como todo lo que hizo, llevaría su nombre.

En nuestra Villa de San Antonio las cosas no fueron distintas al resto de la Isla.

El Ayuntamiento y la cárcel habitaban el mismo inmueble. Construido a expensas del señor Justicia Mayor Gabriel de Cárdenas, Marqués de Montehermoso.

De una sola planta, poseía una sala de visitas de presos, un aposento para el Alcalde, una capilla, una bartolina y dos galeras. Poseía además una pieza separada para la reclusión de mujeres.

Sobre la línea de fachada de la cárcel se levantó, en 1832, una planta alta destinada a sala de sesiones del Cabildo.

Esta parte de la edificación fue costeada por el segundo Justicia Mayor, Antonio María de Cárdenas.

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