Mariana también iluminó a Martí

Un 12 de octubre, conoció en Jamaica José Martí a la anciana generosa y bravía. Su mirada penetrante vislumbró a doña Mariana Grajales, la mujer que constituye, en la historia de Cuba, un paradigma.

«Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias de ayer y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y de pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña.»

Así escribió José Martí, cuando al año de su encuentro con la matrona altiva, ya había fallecido. Madre de leones, como él la calificó, la semilla de los Maceo, fue la que gritó al más pequeño, a Marcos, cuando Antonio languidecía de sus heridas, y parecía morir: «¡Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!».

Amorosa y orgullosa de su prole, fue para Martí el vivo ejemplo de sus deseos, de haber tenido en el propio hogar una madre que lo apoyase en sus ideales y compartiese con él iguales afanes patrios.

Así admiraba a la madre de los Maceos Martí. Una mujer valerosa que recriminaba a las otras, en la manigua cubana, y que ante sus hijos heridos y muerto decía no aguantar lágrimas. Mariana Grajales bebía la amargura del fracaso. Asimilaba el revés y los años del reposo turbulento entre batalla y batalla.

Esta mujer acerada por el color de su piel y la fortaleza del carácter fue también para los cubanos y cubanas de ayer, en tiempos de Martí, ejemplo, reto, estímulo y acicate, antorcha flameante que iluminaba el sendero de la guerra, de la independencia de la patria.

Olga Álvarez Suárez
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