En un mundo donde la inmediatez y la individualidad a menudo se anteponen a todo, los buenos modales corren el riesgo de convertirse en piezas de museo. Sin embargo, en mi opinión, estas normas básicas de cortesía son el pegamento que une a las comunidades, el aceite que lubrica las interacciones humanas y la base para una convivencia armoniosa.
No se trata de ser rígidos ni de actuar con falsedad, sino de practicar una empatía genuina.
Los buenos modales son mucho más que un simple «por favor» y «gracias». Son la expresión tangible de nuestro respeto hacia los demás. Son el reconocimiento de la dignidad inherente de cada persona, sin importar su origen, su condición social o su punto de vista.
¿Por qué son tan importantes? Porque los buenos modales construyen puentes, en lugar de levantar muros. Un simple «buenos días» puede transformar una interacción tensa en un encuentro cordial. Un «permiso» puede evitar una situación incómoda. Un «con gusto» puede iluminar el día de alguien que quizás lo necesite.
Pero, ¿dónde vemos la carencia de estos buenos modales? En todos lados. Desde la persona que habla a gritos por teléfono en un lugar público, sin importar si molesta a los demás, hasta aquel que interrumpe constantemente una conversación, dejando claro que su opinión es la única válida.
En las redes sociales, la agresividad verbal, los insultos y la falta de empatía son moneda corriente. Y en el día a día, a veces nos encontramos con actos de descortesía que nos hacen preguntarnos ¿qué nos está pasando?
Permítanme poner un ejemplo reciente: En un establecimiento de comida rápida, presencié cómo una persona exigía ser atendida de inmediato, levantando la voz y tratando con desprecio al empleado.
La escena era desagradable y hacía palpable la falta de consideración hacia el otro. No solo generó un mal momento, sino que también demostró una falta de conciencia sobre el impacto que nuestro comportamiento tiene en los demás.
Mi punto de vista es claro. Los buenos modales no son una reliquia del pasado, sino una herramienta esencial para construir una sociedad más civilizada.
No se trata de ser sumisos ni de dejar que los demás nos pisoteen, sino de ejercer nuestra libertad con responsabilidad, recordando que nuestras acciones tienen consecuencias en el mundo que nos rodea.
Es hora de volver a lo básico, de recordar que todos somos parte de una misma comunidad y que el respeto mutuo es el cimiento de una sociedad justa y armoniosa. Fomentemos los buenos modales en casa, en la escuela, en el trabajo y en todos los ámbitos de nuestra vida. Practiquemos la empatía, la paciencia y la consideración. Hagamos de la cortesía una virtud cotidiana.
Porque, en definitiva, los buenos modales son el reflejo de una sociedad que valora el respeto, la convivencia y la dignidad humana. Y esa, sin duda, es una meta que vale la pena perseguir.
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