La luz es el alma del dibujo y el alma del color
Por: Osiel Rodríguez Mesa
La luz es el alma del dibujo y el alma del color. Con esta frase de Paul Cézanne inició la emisión de la revista cultural Punto de Encuentro de Radio Ariguanabo.
Este recorrido comienza en el amanecer de la historia del arte, con las pinturas rupestres.
En estas creaciones primitivas, la luz se representa de manera simbólica, por medio de líneas y colores que evocan la presencia del sol y la luna.
Estos artistas, aunque no contaban con las técnicas sofisticadas que conocemos hoy, ya eran conscientes del poder de la luz para dar vida a sus representaciones.
Las figuras, a menudo animales o escenas de caza, se retrataban con un uso de pigmentos que sugería la luminosidad, contrastando la oscuridad de las cavernas. No existía la intención realista de representar la luz como la conocemos ahora, sino que se usaba para destacar lo esencial, para dar vida a las imágenes en un espacio sombrío.
Avanzamos en el tiempo, y llegamos al esplendor del arte clásico. En la escultura griega, la luz juega un papel fundamental al modelar las formas y darles una apariencia tridimensional.
Los escultores griegos eran maestros en el arte de captar la luz sobre la superficie del mármol, creando juegos de sombras y reflejos que realzaban la belleza de sus creaciones. Pensemos en el Discóbolo de Mirón, o en la Venus de Milo: la luz se desliza sobre sus formas, creando un juego de luces y sombras que les da vida y movimiento.
Aunque la pintura mural no se conserva tan bien como la escultura, podemos ver cómo la luz también jugaba un papel importante en las representaciones clásicas.
Los frescos pompeyanos, por ejemplo, muestran cómo los artistas utilizaban el contraste entre luces y sombras para crear profundidad y volumen en las figuras y las escenas.
La llegada del Renacimiento trajo consigo una revolución en la percepción y representación de la luz.
Artistas como Leonardo Da Vinci, con su técnica del sfumato, utilizaron el juego de luces y sombras para modelar las figuras con un realismo sin precedentes. El sfumato, con sus suaves gradaciones tonales, permitía una representación de la luz difusa, creando una atmósfera etérea y casi mágica, especialmente en obras como la Mona Lisa. La luz ya no es solo un elemento externo, sino que comienza a integrarse a la forma y al volumen de las figuras.
El Barroco, con su dramatismo y teatralidad, elevó la luz a la categoría de protagonista principal. Caravaggio, maestro del tenebrismo, utilizaba fuertes contrastes entre la luz y la oscuridad para crear escenas impactantes y llenas de dramatismo.
La luz, a menudo una única fuente de luz intensa, incidía sobre las figuras principales, dejando el resto en una penumbra profunda, enfocando la atención del espectador y aumentando la intensidad emocional de la escena. Sus obras, llenas de misterio y fuerza, son un testamento a la capacidad de la luz para contar historias y manipular emociones. Decía este artista: «Uso la luz para dar sentido a la emoción en mis cuadros.»
A pesar de su influencia, la obra de Caravaggio no siempre fue bien recibida. Su realismo y la intensidad de sus representaciones a veces escandalizaron a la sociedad de la época, que prefería obras más idealizadas.
A Caravaggio se le ha llamado el «fotógrafo del Barroco» por su enfoque realista y su habilidad para capturar un instante con gran fuerza expresiva, similar a cómo una fotografía congela un momento en el tiempo.
Caravaggio no dejó ningún registro escrito sobre su técnica. Los estudiosos han intentado desentrañar sus métodos, pero todavía hay misterios alrededor de cómo lograba esos efectos tan impactantes. Su tenebrismo tuvo un enorme impacto en otros artistas de la época, quienes adoptaron esta técnica a sus propias obras.
El siglo XVIII nos presenta la exuberancia y el refinamiento del Rococó, donde la luz se torna más suave, más difusa, más decorativa. Aunque no es tan dramática como en el Barroco, la luz sigue siendo importante, creando atmósferas de elegancia y delicadeza. Los colores claros y pastel, y la luz indirecta, contribuyen a la creación de escenas de una belleza sutil y refinada.
Llegamos al siglo XIX, y con él, el impresionismo, una verdadera revolución en la forma de representar la luz.
Artistas como Monet, Renoir y Pissarro captaron la fugacidad de la luz natural, pintando al aire libre y representando la vibración de la luz, sus cambios constantes a lo largo del día.
Utilizaron pinceladas cortas y rápidas, buscando expresar la impresión sensorial de la luz más que un retrato fotográfico.
El Luminismo, a menudo considerado una rama del Impresionismo, fue un movimiento que surgió a finales del siglo XIX y principios del XX.
A diferencia de otros estilos que se centraban en la forma y la línea, éste tenía una obsesión particular: capturar los efectos de la luz en la naturaleza y en el paisaje. Era un intento de pintar la luz misma, en toda su gloria y misterio.
Luego llegó el postimpresionismo, con artistas como Vincent Van Gogh, quien llevó la expresividad de la luz a un nuevo nivel. Van Gogh, con sus pinceladas vibrantes y su uso intenso del color, no solo representaba la luz, sino que la experimentaba, la sentía y la transmitía a través de un lenguaje pictórico profundamente emocional.
Su luz, con sus intensos amarillos y azules, es un reflejo de su mundo interior, cargado de energía y pasión.
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