Los pregoneros son comunes en nuestras calles y avenidas. Como también es habitual ver a vendedores de panes, helados, dulces y otros alimentos, manipulándolos directamente con sus manos desnudas. Si bien, estas prácticas pueden parecer inofensivas, plantean graves riesgos para la inocuidad de los alimentos. Las manos son portadoras de innumerables bacterias y virus que pueden contaminar los productos y provocar enfermedades transmitidas por los alimentos.
Además, estos vendedores suelen manipular dinero en efectivo, que también es un caldo de cultivo para los gérmenes. El intercambio constante entre manipular dinero y alimentos crea un ciclo de contaminación cruzada que puede poner en peligro la salud de los consumidores.
Las enfermedades transmitidas por los alimentos pueden tener consecuencias devastadoras. Niños, adultos mayores y personas con sistemas inmunitarios comprometidos son particularmente vulnerables a estas enfermedades.
Además del riesgo para la salud pública, las prácticas insalubres de manipulación de alimentos también pueden dañar la reputación de los vendedores y del sistema de comercio y gastronomía en general. Pienso que los clientes tienen derecho a esperar que los alimentos que compran sean seguros para el consumo.
Desde mi punto de vista tanto los vendedores como los organismos reguladores tienen la responsabilidad de garantizar la inocuidad de los productos. Los vendedores deben recibir capacitación adecuada sobre prácticas higiénicas y utilizar guantes, utensilios o envoltorios al manipular los alimentos.
Por otra parte los organismos reguladores deben intensificar los esfuerzos de inspección y hacer cumplir las normas de inocuidad alimentaria para proteger a los consumidores de prácticas insalubres. La inocuidad alimentaria más que una práctica debería ser una obligación.
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