Por favor, permiso, gracias, buenos días ¿Les suenan esas palabras a sus oídos?

Todas esas palabras mágicas que nos enseñan en la escuela primaria son ya muy más escasas. Y no faltan tampoco aquellos a los que, cuando las escuchan, les resultan asombrosas o extrañas.

Resulta contradictorio que, en Cuba, donde los índices de instrucción son tan elevados, la educación formal esté tan resentida. Unos achacan el fenómeno a que en el período especial los valores éticos y morales cedieron en no pocos casos.

Los modales no se pierden porque acechen problemas económicos, ya que hubo quienes no los perdieron a pesar de todo    —incluso hoy muchos, en modestas condiciones socioeconómicas, tampoco los han perdido. Se trata de actuar con sentido común, de elementales normas de educación, de hacernos la vida más llevadera y agradable entre nosotros mismos.

¿Por qué no nos damos los buenos días y las buenas tardes, aunque no nos conozcamos? Cuando se está detrás de un mostrador o en un buró de atención, ¿acaso puede olvidarse el «No es molestia para mí» y el «Estamos para servirle»? Todos agradecemos los gestos de ayuda y que se acepten nuestras disculpas si cometimos alguna imprudencia.

Los gritos en plena calle; los empujones sin disculpas por las aceras o en la guagua; las malas palabras, incluso si se es víctima de un accidental pisotón; los rostros inexpresivos al atender a un cliente; el poco respeto que a veces nos tenemos, y miles de otros «sucesos» no pueden ser motivo de orgullo, ni para los que vivimos aquí ni para los que nos visitan. Y mucho menos, puede ser esta la carta de presentación para los que llegan.

Creo que el deterioro que presenta actualmente la Educación Formal se debe a un conjunto de problemas sociales y de fallas en la educación familiar y escolar.

Martí sentenció que la pobreza pasa, lo que no pasa es la deshora. El distinguió con claridad la diferencia entre ser un pueblo instruido y educado:

“El pueblo más feliz es el que tengan educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos. Un pueblo instruido ama el trabajo y sabe sacar provecho de él. Un pueblo virtuoso vivirá más feliz y más que otro lleno de vicios, y se defenderá mejor de todo ataque” nos advirtió, sería muy bueno no olvidar ese pensamiento jamás.

 

Carmen Lieng Mena Lombillo
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