El tiempo, en complicidad con la frescura y humedad de las casas de cura, hace el milagro cromático de convertir el verde intenso, que roba la hoja de la tierra en un amarillo mostaza, despuntan matices rojizos; alborada que anuncia el tránsito hacia el carmelita lustroso, cautivador a una primera mirada de los consumidores de los Habanos supremos, hechos con el tabaco cultivado en el Ariguanabo.

Un producto que lleva en sí los aromas inconfundibles de la campiña, la sensualidad de la veguera y un toque seductor perceptible al contacto con la hoja, olor y sabor que hacen a Cuba única en el mundo.

Los hombres y mujeres que mantienen viva esta tradición están de fiesta, en conmemoración del natalicio de Lázaro Peña, cada 29 de mayo celebran el Día del Trabajador Tabacalero. El orgullo por formar parte de ese sector es algo que distingue a operarios, especialistas y directivos.

Muchos lo hacen como continuadores de una práctica familiar, otros llegaron por azar y se sienten tan a gusto que, a pocos meses de conocer el oficio, y pese a su juventud, ya aseguran querer quedarse en él hasta la jubilación.

El tabaco reporta beneficios económicos a todo aquel que se le regala su tiempo y esfuerzo. No es labor fácil la atención agrícola que impone el cultivo. En mañanas muy frías y sol muy fuerte al mediodía como es habitual en este clima, pero aún así los tabacaleros se levantan y laboran.

Luego de cosechada la hoja, la tarea no se torna fácil pues le siguen jornadas de beneficio a pie. Es el sector tabacalero también sacrificado. Hombres y mujeres que entregan su vida por mantener la tradición.

Eleanet Vidal Arteaga