Reseñas

Segunda Declaración de La Habana

Por: Rosicler Quiñones Delgado

En una demostración de unidad y determinación, más de un millón de cubanos se congregaron en la Plaza de la Revolución José Martí el 4 de febrero de 1962.

Ese día el máximo líder Fidel Castro inauguró la Segunda Asamblea General Nacional del Pueblo, como respuesta a la expulsión de la Isla de la Organización de Estados Americanos.

En aquella ocasión aprobaron La Segunda Declaración de La Habana.

Anterior a este hecho durante la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores entre el 22 y el 31 de enero de 1962, el gobierno norteamericano logró la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos.

Excepto México, el resto de los gobiernos latinoamericanos rompieron relaciones diplomáticas con el gobierno cubano.

Esta estrategia fue la antesala para que el 3 de febrero de 1962, el presidente John F Kennedy firmara la Orden Ejecutiva Presidencial que establecía el bloqueo total del comercio entre Cuba y Estados Unidos.

La respuesta de Cuba, sin embargo, no fue de rendición, sino de reafirmación.

En palabras del líder cubano, » esta gran humanidad ha dicho ¡Basta! y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente.

La Segunda Declaración de Habana se convirtió en una verdadera afirmación de principios, a favor de la proyección y vocación latinoamericana de Cuba.

Es un documento de profundo respeto al carácter socialista e internacionalista del proceso político cubano,

Se alzó así, como un símbolo de resistencia contra la injerencia imperial, una respuesta a las maniobras desestabilizadoras y un testimonio del compromiso de Cuba con sus valores patrios y su esencia antimperialista.

La multitudinaria concentración en la Plaza de la Revolución no fue solo un evento histórico, sino también una poderosa expresión de soberanía y dignidad nacional que resonó en toda América Latina. La respuesta cubana demostró que la voz de un pueblo unido no puede ser silenciada.

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