La comprometida espinela que cultivaba, voló del cuerpo el 13 de enero de 1993.

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Por: Arissa González-Posada

La historia de la décima cubana, de la música campesina y del repentismo, no podría escribirse sin poner en un lugar cimero, el nombre de Justo Pastor Vega Enríquez o más bien, del Caballero de la Décima, como se le recuerda hoy.

Cuentan que una noche, siendo apenas un muchacho mandadero y pastor de vacas, Justo Vega vio a los decimistas José Guerrero y Eloy Romero improvisando en una bodega. Fue entonces ahí que Justo comprobó que también podía improvisar.

Su adolescencia y primeros años de la juventud fueron verdaderamente duros; la universidad de la vida lo graduó con el título de hombre de bien, recto y educado hasta el descanso final. Con apenas tres lustros ya laboraba como peón de obras públicas, luego en un almacén de madera, después en una fábrica de hielo; en breve quedó cesante y de nuevo a buscar dónde ganarse el sustento.

Sus inicios en la radio fueron con el cuarteto Trovadores Cubanos que compuso junto a sus hermanos. Pero sin dudas, Justo Vega se alzó como artista y obrero al triunfar la revolución, en donde comenzó a combinar su participación en programas especializados en música campesina con sus tareas de obrero común, algo que con mucho orgullo siempre desempeñó y de eso hablaba con entrega.

Programas como Patria Guajira, donde se cantaban los logros del campesinado tras la Revolución naciente y se denunciaban acciones internas del imperialismo, tuvieron a este hombre sencillo entre sus protagonistas y cantores principales por muchos años. La cúspide de su carrera se fraguó al calor del espacio televisivo “Palmas y Cañas”; sobre todo en aquellas encendidas controversias con Adolfo Alfonso.

Entonces, no había un domingo en que cada familia cubana se detuviera frente al televisor a escuchar el ring de repentismo que protagonizaban estos grandes de la décima, alardeando estrofas de diez versos octosílabos de rima consonante. Ese era Justo Vega, el de los domingos, el de “Patria Guajira”, el hombre entregado a la familia, al humilde y al rebelde y a la obra hecha y por hacer.

La comprometida espinela que cultivaba, voló del cuerpo el 13 de enero de 1993 con la misma tranquilidad y optimismo con que vivió para cantarle a la Patria, a la naturaleza, a la tierra, a las mujeres, a los amigos, a la décima y a la propia vida. Más que un gran intérprete, el caballero de la décima improvisada fue un artista auténtico, que con su entrega y constancia enalteció los valores de la décima y el verso, hasta convertirse en referente de la música campesina. Quizás por eso, entre otros reconocimientos vividos y póstumos, muy cerca de su casa construyeron un parque que lleva su nombre y en su memoria la Casa de Cultura Municipal de Arroyo Naranjo también lleva su nombre.

Los más jóvenes, como yo, quizás no lo recordamos. Habrá entonces, que rehacer su imagen, su vitalidad real, hacerlo nuestro, aprender de él y rescatar esas controversias que se guardan por ahí y que lo hicieron único.

 

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