Durante 2022 y 2023 los bomberos de Cuba y de países hermanos han tenido una vez más la oportunidad de demostrar su valía.

A riesgo de ofrendar sus vidas al tributo cruel que ha reclamado esta honrosa tarea, han combatido las llamas y rescatado a hombres, mujeres y niños, sin miedo al peligro.

Ejemplos: La explosión del Hotel Saratoga, que ocurrió hace casi un año, el 6 de mayo del 2022 y donde 47 personas murieron y 52 resultaron heridas.

El incendio de la Base de Super tanqueros de Matanzas, que paralizó también al mundo y lamentablemente, dejó un saldo de 17 víctimas, en su mayoría bomberos.

Más de 3 600 hectáreas de bosques de pinos, pastizales y cafetos afectados tuvo como consecuencia del gran incendio en Pinares de Mayarí, donde, como era de esperar, estuvieron presentes bomberos de toda Cuba.

En accidentes de tránsito, explosiones de motos eléctricas, incendios debido a la sequía. Ahí han estado nuestros bomberos.

Pero estas acciones heroicas, ya inmortalizadas en la memoria de todos los cubanos, son el fruto de una tradición con raíces igualmente gloriosas.

Desde mi punto de vista, si los años 2020 y 2021 pertenecieron a los investigadores y trabajadores de la salud, que enfrentaron en primera fila a la pandemia de la Covid-19, el 2022 y también este 2023 han sido ganados a pulso por los bomberos y rescatistas cubanos.

Como un espejo que se rompe en mil trozos de luz de cada tragedia, de cada pérdida, han surgido escenas de modesto coraje, han emergido héroes de las llamas y los escombros; y tras el horror de la muerte, queda el agradecimiento para aquellos que han heredado la vocación del dulce sacrificio de preservar la vida.