Cuando caminamos las calles de nuestra villa, podemos ser testigos de algunas conductas y comentarios que tienen lugar a nuestro alrededor y que dicen mucho de la comunidad. Basta observar la vida cotidiana para entender cuánto dice de un pueblo, la disciplina social. En una parada de ómnibus, en una escuela, en una cola o en un parque, cada gesto cuenta. Por ejemplo, arrojar basura en cualquier lugar, gritar malas palabras en espacios públicos o ignorar normas básicas de convivencia, no son hechos aislados y reflejan actitudes que afectan a todos y deterioran el entorno común.

La disciplina social no se limita al cumplimiento de reglas escritas. Se expresa en la forma de hablar, en el cuidado de los espacios compartidos y en el respeto a quienes nos rodean. Claro, la base de esto es el desarrollo educacional y la cultura alcanzada a lo largo del tiempo. La educación no solo transmite conocimientos, también forma valores y hábitos que acompañan a la persona en su vida diaria. Una sociedad que educa en el respeto y la responsabilidad fomenta ciudadanos capaces de convivir sin necesidad de imposiciones constantes.

Sin importar si hoy usted se levantó de la cama con el pie izquierdo, si la cola es demasiado extensa, o si no tiene dónde arrojar la lata de refresco que se acaba de tomar; recuerde que siempre puede elegir tratar a los demás con respeto, con gritar palabras ofensivas no resolverá su problema ni hará que la cola sea más corta; y sobre la lata vacía, pues sencillamente no vea como una opción arrojarla a la calle, piense que no es un basurero. La sociedad noble, culta y solidaria que fomentamos se reconoce en esos detalles cotidianos. Queda mucho por hacer y el primer paso es poner nuestro granito de arena y que luego otros se sumen. Repliquemos lo que de verdad nos hace mejores, aunque parezca poco, esos pequeños detalles definen la calidad de nuestra convivencia.

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