En el corazón de La Habana, bajo el cielo diáfano de diciembre de 1928, el 14 de un día que parecía destinado a la luz eterna, nació Raúl Gómez García, como un verso incipiente en la partitura de la historia cubana. Raúl llegó al mundo en Güines, provincia de La Habana, donde el aire perfumado de manglares y el rumor del mar cercano mecían la cuna de un niño que, desde su primer aliento, llevaba en las venas el pulso de los mambises, herencia de una familia forjada en las luchas por la libertad. Huérfano tempranamente al perder a su padre, Raúl creció entre las escuelas humildes de la capital y el terruño güinero, donde el viento del sur susurraba secretos de justicia y redención. A los ocho años, el regreso a Güines no fue exilio, sino arraigo: allí, entre libros prestados y juegos bajo el sol implacable, su espíritu se tejió con hilos de rebeldía, como las raíces de un ceiba que se hunden profundas para sostener tormentas venideras.

Juventud efímera, pero flameante como una antorcha en la noche. A los catorce, en el Instituto de Segunda Enseñanza, Raúl se erigió como deportista incansable y pluma afilada, colaborando en «El Estudiantil» con denuncias valientes contra la corrupción que empañaba los salones. Su voz, aún tierna, acusaba al director inmoral por ventas de notas y abusos, un eco precoz de la indignación que lo impulsaría hacia el Partido Ortodoxo, en su ala más radical de la Juventud. La muerte de su padre, un eco de ausencias, no lo doblegó; al contrario, forjó en él una sensibilidad poética que entrelazaba el amor lírico con el fuego patriótico. Sus versos, inspirados en Martí, fluían como ríos caudalosos: «Ya estamos en combate», recitaba con voz emocionada, presagiando el destino que lo aguardaba.

La dictadura de Batista, ese golpe traidor del 10 de marzo de 1952, encendió su cólera como un relámpago en la pradera. «Revolución sin Juventud», fue un grito que ningún periódico osó publicar, pero que Raúl mimeografió en su hogar, bautizándolo «Son los Mismos», con ayuda de compañeros como Abel y Melba. Expulsado de su empleo en el colegio Baldor por su audacia, no se amilanó: fundó «El Acusador», órgano de combate que lo unió irremediablemente a Fidel Castro. Poeta y periodista, Raúl tejía artículos, cantos de amor y reflexiones martianas, adiestrándose en el arte de la lucha. Su pluma no era mero adorno; era espada de palabras, que denunciaba la usurpación y soñaba con una Cuba libre, donde la juventud no fuera silenciada.

El asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, coronó su breve odisea. Designado para tomar el Hospital Civil Saturnino Lora en Santiago de Cuba, Raúl cayó herido, pero su espíritu no. La Patria lo inmortaliza como el «Poeta de la Generación del Centenario», mártir de 24 años cuya sangre regó las semillas de la Revolución. Asesinado en la madrugada del 27, su legado perdura en estrofas que palpitan con ternura revolucionaria, en el Día del Trabajador de la Cultura que celebra su natalicio cada 14 de diciembre. Raúl Gómez García no fue solo un nombre en la historia; fue un verso vivo, un amanecer poético que ilumina aún los senderos de la patria, recordándonos que la verdadera belleza nace del coraje, eterna como el mar que baña sus costas.

Janet Pérez Rodríguez
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