La vivencia de Rosa Hodelin como enfermera en Venezuela no es solo una anécdota laboral. Es un testimonio directo del poder transformador de una medicina que pone al ser humano en el centro. Desde su consulta, Rosa observó y aprendió un principio fundamental: la curación verdadera involucra tanto el cuerpo como el ánimo.
Su relato sobre cómo los médicos cubanos no se limitaban a diagnosticar, sino que «imponían un tratamiento con preocupación por el bienestar anímico», revela la esencia de un modelo sanitario donde la relación terapéutica es la primera medicina.
Esta etapa, que ella misma califica como «una etapa de su vida muy bonita que la ayudó a reflexionar», le mostró que en contextos de gran adversidad y escasez material, el recurso más valioso puede ser la dedicación humana.
La confianza que los venezolanos depositaban en estos profesionales, «independientemente de sus situaciones», se ganaba con un trato respetuoso y una presencia constante que iba más allá de lo técnico. Para Rosa, esta experiencia reforzó «la importancia que tiene la atención a los enfermos» como un acto integral.
El testimonio de Rosa Hodelin es una brújula ética para cualquier sistema de salud. Nos recuerda que la excelencia técnica y la compasión no son excluyentes, sino complementarias necesarias. Un sistema sanitario robusto del siglo XXI no puede elegir entre tener los mejores equipos o los profesionales más humanos.
Debe aspirar a ambas cosas. La humanización no es un lujo, sino un componente crítico de la efectividad clínica: un paciente acompañado, informado y en confianza tiene mejor adherencia a los tratamientos y capacidad de recuperación.
En cada rincón del mundo, nuestro personal médico no solo cura con ciencia, sino con un humanismo que los hace indispensables y queridos por todos. Rosa Hodelin es un ejemplo de ello.
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