La radio en Cuba nació como un murmullo atrevido, como un soplo eléctrico que se atrevió a viajar por el aire para entrar en los hogares. Aquella primera voz, titubeante pero firme, no sabía aún que estaba tejiendo un hilo invisible que uniría al pueblo con su cultura, con sus sueños y con sus luchas. Un notable músico cubano creador del género criolla  Luis Casas Romero  fue el responsable de la primera trasmisión radial. Hoy, al cumplirse otro aniversario, la memoria se enciende como un dial que gira despacio, buscando esa frecuencia eterna donde late la cubanía.

En las noches de antaño, las familias se reunían alrededor del aparato de radio como quien se sienta ante un fogón encendido. Allí ardían los dramatizados, las radionovelas que hacían llorar o reír, los boleros que enamoraban a las muchachas en flor, y los noticieros que traían al instante lo que ocurría más allá del barrio. La radio era escenario y ventana, escuela y confidencia. Era también compañía para quienes, en silencio, encontraban en cada palabra un latido de esperanza.

La Radio Cubana fue crónica viva del pueblo. Registró la algarabía de los carnavales, la seriedad de los momentos históricos, el dolor compartido de las pérdidas y la alegría irrepetible de los triunfos. Ningún rincón quedó fuera de su alcance, desde la montaña hasta el litoral, desde los campos cañeros hasta las ciudades bulliciosas. Porque la radio es ese eco que se multiplica, que recoge las voces dispersas y las convierte en una sola voz colectiva.

En su esencia, la Radio Cubana es campesina, trovadora y cronista. Con ella viajaron los décimas repentistas, los refranes populares y las noticias que recorrían la Isla con la velocidad del rayo. Su fuerza radica en esa mezcla de sencillez y magia: basta cerrar los ojos para ver lo que no se muestra, para sentir el perfume de una historia contada con palabras que pintan paisajes. La radio, más que un sonido, es un sentimiento que habita en el alma cubana.

En los días de cambios y revoluciones, la radio fue centinela. No hubo batalla que no narrara, ni esperanza que no alentara. En su frecuencia viajaron los discursos que marcaron un rumbo, las canciones que se volvieron bandera, los mensajes que llegaron a tiempo para salvar y guiar. Fue brújula y escudo, clarín y tambor. Su palabra, más que sonido, era compromiso con un país que apostaba por su destino.

Pero la Radio Cubana no solo narra la historia de un pueblo, sino también la historia íntima de cada persona. Para los niños que aprendieron canciones, para los jóvenes que escucharon sus primeros debates, para los ancianos que la sienten como un refugio diario, la radio es familia. Está en la cocina mientras se hierve el café, en el taller mientras suenan las herramientas, en la noche solitaria donde una voz amiga se convierte en compañía. Es calor en el aire, consuelo en la distancia, fuerza en la rutina.

Hoy celebramos el aniversario de la Radio Cubana como quien celebra el latido de un corazón que nunca se detiene. Porque la radio sigue viva, renovada en sus formatos, multiplicada en nuevas frecuencias, pero fiel a su misión de ser voz, espejo y memoria. Brindemos por ella, por quienes la hacen posible y por quienes, en cualquier rincón del país, aún se emocionan al encender el aparato y descubrir que, tras el sonido, hay siempre una patria que habla, canta y sueña.

 

Janet Pérez Rodríguez
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