Hoy, 9 de diciembre, el calendario nos coloca frente a un espejo incómodo pero necesario: el Día Internacional contra la Corrupción. No es un tema lejano de cumbres internacionales. Es, quizás, el asunto más local que existe. La corrupción decide si las calles de nuestro municipio se arreglan con calidad o con parches; si los recursos para la cultura, el deporte o la salud llegan completos o merman por el camino; si la confianza en el vecino, en la institución, en el futuro, se fortalece o se resquebraja.
En nuestra localidad, esta lucha tiene un nombre concreto: Vigilancia Cívica. Velar por quien paga sus impuestos y exige saber en qué se usan. El vecino que, en lugar de murmurar, pregunta con fundamento. El periodismo local —el que ejercemos desde nuestra radio— que agiliza los procesos y da espacio a la rendición de cuentas. El comerciante que vende con el peso justo y el funcionario que firma un permiso porque toca, no porque conviene.
La corrupción más dañina no siempre es la que llena los titulares. A veces es la silenciosa, la normalizada: el «acelerar» un trámite, el desvío de un material, la omisión de un control por «no crear problemas». Combatirla empieza por negarse a participar, incluso pasivamente. Por decir «no» cuando el atajo deshonesto se presenta como la única vía.
Denunciar la corrupción también es un arma para que no se reproduzca y haga más daño aún. Cuba no está libre de corrupción, pero si todos hacemos desde nuestro sitio lo que nos corresponde con honestidad, con firmeza y sin titubeos, se cierran filas a los corruptos.
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La corrupción nos roba el presente. La honestidad, ejercida día a día, nos construye el futuro.
Dayamí Tabares Pérez
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