En el crepúsculo de julio de 1889, un faro de esperanza se encendió en las páginas de una revista infantil: La Edad de Oro, un regalo de José Martí al corazón puro de la niñez latinoamericana. Más que un compendio de cuentos y poemas, era una declaración de principios, un manifiesto para la formación de ciudadanos libres y conscientes. Sus textos, como jardines florecientes, rebosan de belleza en cada frase, cada imagen, cada moraleja sutilmente tejida entre aventuras de príncipes y princesas, héroes y pueblos originarios.

Martí no subestimó la inteligencia infantil; al contrario, la exaltó. Sabía que en la mente de un niño germinan las semillas del futuro. Por eso, La Edad de Oro se atrevió a hablarles de ciencia, de historia, de arte, con un lenguaje poético y accesible, desterrando la condescendencia y el aburrimiento. Les mostró la grandeza de Simón Bolívar, la sabiduría de los pueblos prehispánicos, la importancia de la justicia y la solidaridad. Les invitó a pensar, a cuestionar, a construir un mundo mejor desde su propia inocencia.

En ese universo de fantasía, resuenan ecos de la vida de Martí. Los niños protagonistas, con frecuencia, cargan con la ausencia de una figura paterna, reflejo de la existencia lejos de su propio hijo. Esta distancia , lejos de ser un lamento, se transforma en un llamado a la valentía, a la independencia, a la búsqueda de la verdad y el bien por sí mismos. Es un mensaje subliminal, un aliento para aquellos niños que crecen sin el amparo de un hogar completo, mostrándoles que aún así pueden ser fuertes, virtuosos y capaces de alcanzar la grandeza.

La Edad de Oro fue revolucionaria para su tiempo. En una época donde la infancia era vista como un período de sumisión y obediencia ciega, Martí proclamó la necesidad de escuchar la voz de los niños, de fomentar su participación activa en la sociedad. Les invitó a escribir, a dibujar, a expresar sus ideas y sentimientos, reconociendo su valor como ciudadanos en formación. Les dio el poder de ser agentes de cambio, de construir un futuro más justo y equitativo.

La Edad de Oro es más que una revista; es un legado, un testamento de amor y esperanza, un recordatorio de que la infancia es la clave para transformar el mundo. Y su creador, ese hombre que sembró semillas de sabiduría en el corazón de la niñez, vive en cada letra concebida para los niños y niñas de América.

Esos niños que durante varias generaciones cumplen el sueño Martiano cuando exclama: Ese hombre de La Edad de Oro, es mi amigo .

Janet Pérez Rodríguez
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