Por: Miralys Mirabal Rodríguez

El día en que la Ley de Especies en Peligro de Extinción entró en vigor, se marcó un antes y un después en la agenda ambiental global. Desde su promulgación, la normativa se ha consolidado como una de las piezas legislativas más significativas y transformadoras en la historia de la conservación biológica, y su influencia se extiende más allá de las fronteras del país donde se originó.

Como comentarista y defensora incansable de la biodiversidad, considero que la ley representa un acto de responsabilidad colectiva y un compromiso con las generaciones futuras. Su estructura legal permite identificar, catalogar y proteger especies que están al borde de la desaparición, estableciendo mecanismos concretos para la recuperación y el manejo sostenible de sus hábitats. Más que una mera lista de especies amenazadas, la normativa crea un marco operativo que involucra a gobiernos, comunidades locales y organizaciones no gubernamentales en una red colaborativa.
El momento clave es su enfoque preventivo: la ley no solo busca frenar la pérdida actual, sino también crear barreras legales que eviten que nuevas especies caigan bajo el mismo riesgo. La creación de áreas protegidas, el control estricto de actividades extractivas y la promoción de programas educativos son pilares que garantizan una defensa integral. Sin embargo, el éxito depende en gran medida de la voluntad política y del aporte financiero; sin recursos adecuados, incluso las mejores disposiciones pueden quedar relegadas a documentos teóricos.
En mi opinión, el verdadero valor de esta legislación radica en su capacidad para sensibilizar al público sobre la fragilidad del ecosistema terrestre y en su potencial para generar cambios tangibles en las políticas ambientales. Si logramos combinar el rigor científico con la participación ciudadana activa, podremos transformar este decreto en una herramienta viva que preserve la riqueza biológica del planeta.
En definitiva, la Ley de Especies en Peligro de Extinción no es solo una pieza legal; es un llamado urgente a actuar con conciencia y determinación para salvaguardar el patrimonio natural que sustenta toda vida humana y no humana por igual.