A la sombra de los árboles que aún bordean el Ariguanabo, los abuelos les cuentan a sus nietos que su pueblo tiene alma de río, mientras señalan las aguas tranquilas donde alguna vez se bañaron familias enteras. Esa imagen sencilla, acoge la historia de un lugar que nació de una mezcla de raíces, luchas y esperanzas.
231 años cumple nuestro pueblo, que lleva el nombre de un santo San Antonio Abad, y también la impronta de los primeros canarios que encontraron en la ribera del Rio Ariguanabo un hogar. En estos campos crecían la yuca y el tabaco, cultivos que marcaron el destino económico y cultural de la región. Tampoco faltaron en estas tierras las maderas preciosas, explotadas por la Corona española en los días tensos de la guerra contra Inglaterra. De aquel corte incesante de troncos nació la idea de levantar una taberna, en donde el camino de La Habana atravesaba el rio. Por Real Cédula del 22 de septiembre de 1794 se oficializa la fundación de la villa como señorío jurisdiccional, designándose a Gabriel María de Cárdenas, Segundo Marqués de Monte Hermoso su como fundador
Gracias al río Ariguanabo recibimos nuestro gentilicio porque poco a poco San Antonio Abad se convirtió en San Antonio de los Baños y quienes aquí vivimos en ariguanabenses.

La historia de este pueblo no se desligó jamás de la lucha por la independencia. Desde aquí partieron tabaqueros rumbo a Tampa y Cayo Hueso. Ellos ayudaron a José Martí en la recaudación de fondos para la Guerra Necesaria.
San Antonio de los Baños es cultura viva, marcada por el humorismo gráfico y personajes emblemáticos como el Bobo, del artista Eduardo Abela, y el loquito de Rene de la Nuez. Ese espíritu irreverente que encontramos en la caricatura, en el humor, que desafía y a la vez acaricia, es parte esencial de la identidad de un pueblo que aprendió a resistir riéndose.
Hoy, cuando las generaciones más jóvenes se sientan a orillas del río o en un parque, tal vez no sepan con precisión cada fecha ni cada nombre. Sin embargo, en el aire queda la certeza de que esta tierra no es solo un lugar en el mapa, es un pueblo que se nombra con la memoria de sus raíces.
Ser ariguanabense se lleva en el alma, donde quiera que estés, sientes que el corazón late distinto. Es un abrazo de tierra que nunca deja ir a quienes lo aman.
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