En la Cuba de hoy, una revolución silenciosa y verde está en marcha. No se trata solo de una cuestión medioambiental, aunque lo es, sino de una estrategia económica de supervivencia y sentido común.
Bajo el lema “recuperamos valores”, la industria del reciclaje ha dejado de ser una actividad marginal para convertirse en un pilar de la sostenibilidad y, lo que es más significativo en el contexto actual, de la generación de ingresos.
Las cifras hablan por sí solas y son elocuentes: en agosto, el Grupo Empresarial de Reciclaje (GER) no solo cumplió su plan de exportaciones, sino que lo superó con un contundente 129%.
Este dato no es un simple porcentaje en un informe; es la prueba tangible de que la visión de convertir los residuos en recursos valiosos es un camino no solo posible, sino rentable.
Es la materialización de la economía circular, ese concepto que busca transformar nuestras cadenas de suministro lineales en circuitos cerrados donde todo se aprovecha.
Pero esta revolución no se gesta únicamente en oficinas o puertos de embarque y desechos. Su verdadero campo de batalla y su mayor potencial están en los municipios. Y es aquí donde San Antonio de los Baños, y cualquier localidad cubana, se convierte en un actor fundamental. El éxito del GER depende, en última instancia, de lo que ocurra en los barrios, en los hogares, en las industrias locales.
La necesidad del reciclaje aterriza en San Antonio con una urgencia doble. Por un lado, está la necesidad ambiental: liberar a nuestro río y calles de desechos que contaminan y afean el entorno. Por otro, y quizás más apremiante en la coyuntura económica, está la necesidad nacional de capturar ese valor que yace, oculto, en lo que erróneamente llamamos basura.
Cada lata, cada botella de plástico, cada pedazo de cartón o chatarra que se recupera en un patio ariguanabense es un eslabón en una nueva cadena de suministro, una cadia que cierra el círculo y genera divisas para el país.
El reto, sin embargo, es de cultura y de logística. Se requiere un cambio de mentalidad profundo: dejar de ver un desecho y empezar a ver una materia prima. Se necesita una infraestructura eficiente que facilite al ciudadano separar y entregar sus residuos, sintiendo que su esfuerzo individual es parte de un logro colectivo.
El cumplimiento del 129% en las exportaciones es una excelente noticia, una victoria que debe celebrarse. Pero también es un recordatorio y una llamada a la acción. Nos demuestra que el reciclaje es una mina a cielo abierto que ya estamos explotando.
Ahora, el siguiente paso es asegurar que cada rincón del país, empezando por municipios como San Antonio de los Baños, se convierta en un proveedor activo de esta nueva riqueza.
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