La violencia contra los adultos mayores es una de las violaciones de derechos humanos más silenciosas y, a la vez, más cruentas de nuestra sociedad. Representa una paradoja profundamente perturbadora: aquella generación que nos crio, nos educó y construyó los cimientos de nuestro presente, se ve a menudo relegada a una situación de vulnerabilidad, desprotección y, en los casos más extremos, de maltrato por parte de quienes deberían ser sus principales apoyos.
Hablar de esta violencia es ir más allá de los golpes. Es un fenómeno multifacético que se manifiesta de formas diversas:
Violencia Física: La más visible, pero no por ello la más denunciada. Incluye golpes, empujones, negligencia en la provisión de alimentos o medicamentos, y cualquier acto que cause dolor o daño corporal.
Violencia Psicológica o Emocional: Tal vez la más común y la más insidiosa. Se ejerce a través de humillaciones, insultos, amenazas, aislamiento social, el «ninguneo» y la infantilización. El mensaje constante es que su opinión ya no vale, que son una «carga». Esta violencia va carcomiendo la autoestima y puede llevar a estados de depresión y ansiedad.
Violencia Económica o Patrimonial: Una de las formas más frías de maltrato. Implica el despojo de pensiones, ahorros o propiedades; el uso de sus tarjetas de crédito sin autorización; la coerción para que firmen documentos legales (como testamentos o poderes notariales) o el fraude directo. Es la conversión de la persona en un objeto del que se puede extraer un beneficio material.
Abandono y Negligencia: La omisión de los cuidados básicos, ya sea por parte de la familia o de instituciones. Dejarlos solos por largas horas, sin higiene, sin comida adecuada o sin la supervisión médica necesaria es una forma pasiva pero letal de violencia.
Violencia Institucional: Ocurre cuando los sistemas diseñados para protegerles fallan. Esto puede darse en residencias, hospitales o incluso en la misma burocracia estatal que les niega accesos o trato digno.
La forma en que tratamos a nuestros mayores es un termómetro infalible de nuestra humanidad como sociedad. Combatir la violencia contra ellos requiere un cambio de paradigma: Debemos dejar de verlos como «pobres viejitos» y empezar a reconocerlos como ciudadanos plenos de derecho, con una vida, una historia y una dignidad inviolable.
Romper el Silencio: Urge crear canales de denuncia confidenciales y accesibles, y educar a la comunidad para reconocer los signos de maltrato. «Si ves algo, di algo».
El ritmo de vida acelerado, la movilidad geográfica y la creciente individualización han debilitado las redes de apoyo tradicionales. Muchos adultos mayores viven en una soledad no deseada, lo que los hace más vulnerables al maltrato dentro de su propio hogar.
Proteger a nuestros adultos mayores no es un acto de caridad, sino un acto de justicia y de reconocimiento. Es honrar el pasado que nos permitió tener un presente y, en el fondo, es construir el futuro que todos anhelamos para nosotros mismos. Porque la vejez, si tenemos la suerte de llegar a ella, es el único «grupo minoritario» al que, potencialmente, todos perteneceremos.
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