Situada a 3 o 4 kilómetros al sur de Santiago de las Vegas se encuentra El Rincón. Habitada por unos 5 mil pobladores, posee una larga calle central con 2 o 3 cortes de calles perpendiculares. Antaño fue conocido allí el Bodegón de los Vega, donde se elaboraban las galletas de panadero o galletones, más gruesas que las galletas comunes de sal.
Célebre por su hospital y el Santuario Nacional de San Lázaro, el nombre de El Rincón proviene del lugar donde se ubicó, en 1838, una pequeña estación ferroviaria. Sobre esta localidad vecina conversaremos en la mañana de hoy en este encuentro con nuestras raíces.
El ferrocarril Habana-Bejucal, inaugurado en 1837, pasó por un escondido paraje denominado El Rincón. El trasiego de mercancías y correspondencia hizo que se levantaran algunas casas y ranchos casi de inmediato. Cirilo Villaverde, durante su Excursión a Vueltabajo, denominó “aldeílla” a El Rincón, con sus 5 o 6 casas, entre ellas “2 tiendas o almacenes de víveres”. Nada, que al autor de Cecilia Valdés le gustaba emplear términos despectivos para referirse a los poblados de nuestros campos.
El progreso volvió a sonreír al poblado cuando en 1862 se instaló allí un nudo ferroviario que lo enlazó con otras localidades. El Rincón siguió creciendo, cumpliendo funciones de puente obligado entre Santiago de las Vegas y San Antonio de los Baños. El crecimiento de La Habana hacia el Oeste hizo que se sacara de la ciudad el leprosorio establecido, desde el siglo dieciocho, en las inmediaciones de la caleta de Juan Guillén.
Cuando en 1917 se anunció la construcción del nuevo hospital para leprosos en El Rincón, varias familias se mudaron, deteniendo el desarrollo natural del pueblo. Otros vecinos llegaron de forma permanente o temporal para estar cerca de sus enfermos.
El 15 de agosto de 1903 quedó inaugurada la carretera de San Antonio de los Baños al Rincón. Para la ocasión se realizó una fiesta típica, junto a la ceiba que existía en la loma de Regüeiferos. En una espaciosa glorieta de guano, en la que oficiaba como cantinero Octavio Álvarez, se bailó y se cantó hasta el amanecer. Mientras esto ocurría, en el casco urbano se develaba un importante monumento que llega hasta nuestros días.
Se trata de la columna conmemorativa que se encuentra a la entrada del pueblo, viniendo desde La Habana. En su base fue colocada una tarja, dedicada a Antonio Vivanco Hernández. A su perseverancia, por la construcción de la referida arteria, el pueblo, agradecido, grabó su nombre en esa losa.
El 26 de diciembre de 1916 los leprosos fueron trasladados desde La Habana para el puerto de Mariel. Allí permanecieron alojados en viejas barracas de la estación. Al cabo de 2 meses de infernal encierro los enfermos quemaron las insalubres instalaciones, quedándose a campo raso, en el mayor abandono. El 25 de febrero de 1917, en rústicas carretas, los leprosos llegaron a El Rincón. Allí tampoco existía un verdadero hospital.
El contratista había incumplido su parte y solo había unos cuantos pabellones a medio construir, sin calles trazadas, ni servicio de agua y enfermería. El sacerdote Apolinar López y Sor Ramona Idoate hicieron ingentes esfuerzos para convertir aquel lugar en una verdadera institución sanitaria. Estas y otras historias usted podrá encontrarlas en Rincón: una pequeña historia, de Marat Simón Pérez-Rolo. Una lectura que les recomendamos para este caluroso verano.
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