Lo sucedido el pasado 27 de septiembre es, sencillamente, inaceptable. Que Eriel Sánchez, un hombre que vistió la camiseta de Cuba, agrediera a Miguel Rojas, una gloria de nuestro béisbol, es un golpe bajo a la esencia misma de nuestro deporte. No podemos, ni debemos, minimizar este acto como un simple altercado. Un director técnico que recurre a la violencia, y peor aún, utilizando un objeto contundente, traiciona el espíritu del juego y envía un mensaje devastador a atletas, aficionados y, lo que es más grave, a las nuevas generaciones que sueñan con emular a sus ídolos.
Quiero ser claro: la violencia no tiene cabida en el deporte, y menos en nuestro béisbol, que es símbolo de cubanía, de pasión y de entrega. La Comisión Nacional de Béisbol ha actuado, y ha actuado bien, al sancionar a los implicados, aplicando lo establecido en el reglamento. Las suspensiones de cinco y tres años, respectivamente, para Sánchez y Rojas, reflejan la gravedad de lo acontecido.
Pero permítanme ir más allá de la sanción. Este incidente nos obliga a una reflexión profunda. ¿Qué está pasando con nuestros valores? ¿Cómo hemos llegado a este punto en el que la intolerancia y la violencia se manifiestan incluso en el terreno de juego? La respuesta, amigos, no es sencilla y requiere un análisis que va más allá del ámbito deportivo.
El béisbol, como reflejo de nuestra sociedad, no es ajeno a los problemas que nos aquejan. La presión por ganar, la frustración ante las decisiones arbitrales, la exaltación de los ánimos… todo esto puede contribuir a que situaciones como la del pasado 27 de septiembre se produzcan. Sin embargo, nada justifica la violencia.
Pero no nos quedemos en la crítica y la lamentación. Este incidente debe ser un punto de inflexión. Debe ser una oportunidad para fortalecer los valores que deben regir nuestro deporte: el respeto al contrario, la deportividad, el juego limpio, la tolerancia y la disciplina.
Es hora de que nuestros entrenadores, directivos y atletas asuman su responsabilidad como modelos a seguir para las nuevas generaciones. Es hora de que fomentemos una cultura de respeto y diálogo en nuestros estadios. Es hora de que recordemos que el béisbol, antes que nada, es un juego, un espectáculo que debe unirnos y hacernos sentir orgullosos de ser cubanos.
Confiemos en que este lamentable episodio sea un llamado a la cordura y al buen juicio. Confiemos en que, a partir de ahora, veamos un béisbol más limpio, más justo y más respetuoso. Apostemos por un béisbol donde prime el talento, la pasión y la entrega, pero también la deportividad y el juego limpio. Porque, al final, el verdadero triunfo está en saber competir con honor y en saber aceptar la derrota con dignidad.
Amigos, los invito a reflexionar sobre esto. El béisbol es nuestro, es de todos, y juntos podemos hacer que vuelva a ser motivo de orgullo y alegría para nuestro pueblo.
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