Estamos inmersos en el Mes Nacional de Concientización sobre el Síndrome de Down, un período dedicado a celebrar la vida, las capacidades y los derechos de las personas con esta condición genética. Es un momento para la reflexión profunda y, lamentablemente, para señalar ciertas actitudes que, aunque nacidas del amor y la protección, pueden resultar contraproducentes para el desarrollo pleno de nuestros niños, adolescentes y jóvenes con Síndrome de Down.
Hoy, quiero dirigir mi atención a esos padres y familiares que, quizás por temor, sobreprotección o desconocimiento, limitan o impiden la participación de sus hijos con esta condición en actividades físicas y deportivas. Entiendo la preocupación que puede surgir al pensar en posibles riesgos o dificultades, pero permítanme decirles con toda convicción: ¡están cometiendo un error!
El ejercicio físico no es un lujo, sino una necesidad fundamental para cualquier ser humano, y para las personas con Síndrome de Down, sus beneficios se multiplican exponencialmente. No me refiero solo a la salud física, que por supuesto es crucial para combatir la tendencia a la obesidad, las cardiopatías congénitas y otros problemas asociados al Síndrome de Down. Hablo también del impacto positivo en su desarrollo cognitivo, emocional y social.
Piénsenlo por un momento: el ejercicio físico fortalece los músculos y los huesos, mejora la coordinación motora y el equilibrio, aumenta la resistencia y la energía, y contribuye a un mejor funcionamiento del sistema cardiovascular. Todo esto se traduce en una mayor autonomía y calidad de vida para la persona con esta condición, permitiéndole realizar actividades cotidianas con mayor facilidad y disfrutar de una vida más plena e independiente.
Pero los beneficios no se detienen ahí. La práctica de deportes y actividades físicas estimula el cerebro, favoreciendo la concentración, la memoria y el aprendizaje. Ayuda a mejorar el lenguaje y la comunicación, y fomenta la creatividad y la expresión personal. Además, el ejercicio físico libera endorfinas, las hormonas de la felicidad, que reducen el estrés, la ansiedad y la depresión, mejorando el estado de ánimo y la autoestima.
Y no olvidemos el aspecto social. Participar en actividades deportivas en equipo o en grupo ofrece a estas personas la oportunidad de interactuar con otros, hacer amigos, aprender a trabajar en colaboración, a respetar las reglas y a superar desafíos. Les permite sentirse parte de una comunidad, desarrollar habilidades sociales y construir relaciones significativas.
¿Por qué, entonces, privar a nuestros hijos de todo esto? ¿Por qué negarles la oportunidad de experimentar los beneficios transformadores del ejercicio físico? El miedo a que se lastimen o a que no puedan seguir el ritmo no debe ser una barrera. Existen numerosas actividades adaptadas a sus capacidades y necesidades, desde la natación y el baile hasta el yoga y el atletismo.
Desde mi punto de vista, es fundamental que como padres y familiares nos informemos, busquemos el asesoramiento de profesionales de la salud y la educación física, y trabajemos en conjunto para encontrar la actividad adecuada para cada persona. Apoyemos sus sueños, celebremos sus logros y animémoslos a superar sus propios límites.
Sé que no es fácil, que requiere paciencia, dedicación y un cambio de mentalidad. Pero les aseguro que el esfuerzo vale la pena. Al permitir que nuestros familiares con esta condición genética practiquen ejercicio físico, les estamos regalando una vida más saludable, feliz y plena. Les estamos dando la oportunidad de alcanzar su máximo potencial y de demostrar al mundo todo lo que son capaces de lograr.
En este Mes Nacional de Concientización sobre el Síndrome de Down, hagamos un compromiso: ¡promovamos la actividad física y el deporte como una herramienta poderosa para el desarrollo y la inclusión de todas las personas! ¡Dejemos que brillen con todo su esplendor!
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